viernes, 10 de julio de 2015

Cuento de nostalgia lunar

Fernando Zamora
@fernandovzamora

“Hubo alguna vez un leñador”; con estas palabras comienza el 35 Foro de La Cineteca. A mí el cine japonés de animación me abre la mente en flor de loto. Kaguya va de un cortador de bambú que un día encuentra a una princesa tan pequeña que cabe en la palma de la mano.
El estilo visual está más cerca de un Hokusai influido por los pintores flamencos del XVII que de los maestros del anime japonés. El dibujo juega con la delicadeza de pinceles de diverso grosor.

La tradición occidental trae a memoria las Metamorfosis de Ovidio. Kaguya se transforma en una muchacha ante los ojos de sus padres adoptivos. Aquí está la belleza: no es necesario explicar lo que no tiene explicación. Arte es metamorfosis.

La princesa crece, se enamora, se vuelve una delicada mujer de sociedad en el Japón medieval. La música acompasa las escenas —otra vez— en sintonía perfecta con el arte que Japón hizo suyo cuando Estados Unidos los abrió al capitalismo a cañonazos.

Comparar esta historia con los cuentos de Kurosawa resulta fácil, pero creo que sus orígenes están en una tradición aún más rara. Oriente y Occidente aquí se mezclan. Kaguya tiene mucho de Puccini (más que de Kurosawa). Kaguya es Turandot.

En el pueblo de lo padres adoptivos de Kaguya, los niños son campesinos. Pobres, pero no miserables. Ha comenzado a surgir, sin embargo, una clase nueva en la isla. Burguesía. El padre de la niña quiere usarla para comprar un título nobiliario. Pero, ¿una princesa de cuento de hadas oriental puede tener el espíritu de un Barry Lyndon burgués? Yo creo que no.

Los colores de la película gozan de algo muy de Europa, de cuentos infantiles del XIX, aunque el final no puede ser más asiático: música, danza y deidades parecen venir marchando desde India hasta la Isla del Sol Naciente.

Si un poema puede ser interpretado no merece ser dicho. Así decía un maestro del haiku. Tal vez esta sea otra razón para gozar (que no interpretar) las desventuras de una princesita que padece el tránsito entre el feudalismo y el nacimiento del Japón burgués.

Esta primera película del Foro tiene la fuerza de los cuentos de hadas que en diferentes tradiciones enseñan a los niños del mundo a amarse a sí mismos. Así se amaban antes. La naturaleza (me ilusiona imaginarlo) era más sensual en su estado salvaje. Y es que la virginidad que desea Kaguya no parte de la gracia sino de la naturaleza salvaje. Ella no va a someterse.

No puede haber amor en la isla del millón de dioses. A veces Kaguya es una niña, a veces una princesa, a veces una campesina. Lo mismo sucede con su verdadero amor, ese que recuerda al héroe de Turandot. Y es que como la princesa en la ópera italiana, Kaguya solo puede amar a alguien tan salvaje como ella, alguien capaz de darle un nombre. Su verdadero nombre: “pequeño bambú”. El nombre de los príncipes burgueses es falso como la caricatura de un Japón que no ha dejado de ser crisantemo y espada: amor imposible y dioses incognoscibles. Kaguya es poesía que imprime en su narrativa la perfección de un dibujo que no vale la pena interpretar. Hay que gozar.
        

Kaguyahime no monogatari (La princesa Kaguya). Dirección: Isao Takahata. Guión: Isao Takahata y Riko Sakaguchi basados en el cuento “El cortador de bambú”. Japón, 2014.

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