viernes, 13 de febrero de 2015

El cadáver sobre la playa

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

La polisemia del nombre Leviatán ofrece un interés que crece conforme el espectador comprueba que no son gratuitos ni el nombre de la película ni la fama que entre críticos se ha ganado. No es gratuita tampoco la referencia a Hobbes.

Leviatán goza de dos herencias que el director sabe tejer: del teatro de Chéjov, el director retoma la idiosincrasia eslava: las emociones desenfrenadas, el alcoholismo y el amor en sus vertientes más carnales, pero del cine soviético, Zviáguintsev retoma el gusto por el realismo, por los planos largos y los diálogos que parecen desvariar. No lo hacen: en realidad ilustran. Pero no como ilustran los diálogos en una mala serie televisiva, al contrario. Gracias a una serie de charlas aparentemente sin importancia, el guión dibuja formas de entender el mundo: los miedos y los deseos de los protagonistas emergen como el mítico monstruo del mar.

Hay un solo momento en que el director se permite “algo”: una toma que no adolece de realismo. Roma, un muchachito deprimido camina por la playa. Nos encontramos con él a un gigantesco esqueleto. Arrojado sobre la arena están los despojos de una vida sin sentido. Aquel esqueleto parece confirmar el estado de ánimo de un niño que está por crecer para reproducir las injusticias que retrató Chéjov, esas que el socialismo negó y que hoy Zviáguintsev ha vuelto a denunciar. Hobbes en esta historia tiene razón: el ser humano es hijo del mal.

La narrativa tiene ecos del teatro ruso. La hermosa propiedad del protagonista está a punto de ser incautada por un alcalde sin escrúpulos. Nuestro héroe tiene, sin embargo, a un amigo con el que, años antes, peleó en Afganistán. El amigo es abogado y, por si fuera poco, galán. Sin duda el abogado desea hacer justicia y evitar que a su compañero le incauten la propiedad, pero se encuentra con el alcalde y, peor, con sus propios instintos malignos. Este hombre que pudiese haber salido de una película hollywoodense comienza a dar señales de que Leviatán, sinónimo de Satán, monstruo que inspiró a Moby Dick, vive también en él: en el justo abogado soñador. La conclusión salta a la vista y rompe con cualquier posible lectura convencional. El hombre que quiere justicia, la mujer impetuosa y el hijo que sabe amar, todos ellos están contaminados por el mal. Como en poema de Baudelaire.

Leviatán ofrece, como sucede cada determinado tiempo en el cine ruso, un comentario agudo contra el estado de las cosas en el país más extenso del mundo. Como resultado, uno se entera que las cosas no cambian demasiado. Ni el comunismo ni la caída del comunismo han evitado la corrupción porque (lo sabía el Hobbes que escribió su Leviatán) no hay sistema político sin fallas. Tal vez la única salvación esté apuntada en el inquietante retrato de un Putin que mira al abogado y al político corrupto cuando se enfrascan en alguna discusión: la tiranía es el único sistema de gobierno justo porque solo un tirano es capaz de aplastar al Leviatán que vive en el corazón de sus criaturas despreciables.


Leviatán (Leviathan) Dirección: Andréi Zviáguintsev. Guión: Oleg Negin y Andréi Zviáguintsev. Fotografía: Mikhail Krichman. Música: Philip Glass. Con Elena Lyadova, Aleksey Serebryakov, Vladimir Vdovichenkov y Roman Madyanov. Rusia, 2014.

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