viernes, 27 de febrero de 2015

Las cimas de Julianne Moore

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

Todo en Still Alice recae sobre la actuación (justamente laureada) de Julianne Moore, una actriz cuya carrera resulta ejemplo de seriedad en el oficio. Años atrás, Moore no era más que el plato de segunda en la mediocre secuela de The Silence of the Lambs (Hannibal). Ahora, leyendo guiones y con buen gusto para elegir las películas que le ofrecen, Moore está lejos de ser “la segunda opción”.

Hay quien piensa que el Oscar significa poco desde el punto de vista del arte, pero en una carrera como la de Julianne Moore la estatuilla significa un incremento en la calidad de los guiones que le van a ofrecer. ¿Resultado? Mejores guiones mejor actuados. Quien crea que un Oscar no hace la diferencia puede pensarlo dos veces.

Still Alice tiene la ternura de una película canadiense que hace algunos años pasó más o menos desapercibida. En Away from Her de Sarah Polley (estrenada en 2006), la protagonista también era diagnosticada con la enfermedad de Alzheimer y también el Alzheimer tiraba por la borda una carrera dedicada a pensar. El conflicto en Away from Her estaba centrado en la relación de pareja y en el lento desmoronarse de un elemento fundamental en el amor: las memorias compartidas. Away from Her era un guión mucho mejor  pero Still Alice es mejor película. ¿Por qué? Porque es sobre los hombros de Julianne Moore en los que cae todo el peso de la película. El esposo aquí es Alec Baldwin, un tipo frío, distante. Y es que así está escrito. Si no fuera por la fuerza de Julianne Moore, Still Alice sería una película olvidable.

Otra cosa es Kristen Stewart, una actriz medianamente sobre expuesta a causa de su participación en la “saga” (es un decir) de Crepúsculo. Stewart tiene un papel menor que sin embargo ofrece a nuestra heroína la réplica necesaria para llegar al clímax como debe ser: a la maestra de lingüística se le escapan las palabras, ya no puede aprehender ni siquiera la palabra “amor”, Entonces la hija (interpretada por Stewart) ofrece a la madre un complicado poema que a mí me recordó alguna parte del Altazor de Huidobro. Es lo último que entiende; tal vez lo último que su cerebro aprehende. Y Julianne Moore con una sola palabra remata esta pieza que, gracias a ella, tiene las alturas de Chéjov en el sentido de que retrata un universo que está desmoronándose.

Still Alice es toda de Julianne Moore. Es la prueba viviente de que la actuación puede a veces más que el mismo guión. No estamos hablando aquí del mejor libreto en torno a la tragedia que atraen las enfermedades mentales, pero sí de una de las más conmovedoras. La diferencia radica en la actuación. Still Alice no tiene gran producción, las locaciones son limitadas. Y uno se pregunta: ¿por qué en países como el nuestro resulta tan complicado lograr una simplicidad tan elegante? No es falta de talento. Tengo la impresión de que la industria mexicana es incapaz de permitirle crecer a una actriz tanto como ha crecido Julianne Moore.

Still Alice (Siempre Alice). Dirección: Richard Glatzer y Wash Westmoreland. Guión: Richard Glatzer basado en la novela de Lisa Genova. Fotografía: Denis Lenoir. Música: Ilan Eshkeri. Con Julianne Moore, Kristen Stewart, Kate Bosworth y Alec Baldwin. Estados Unidos, 2014.

sábado, 21 de febrero de 2015

Aún hay ángeles

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

No es extraño que Deux jours, une nuit esté nominada al Oscar (y en la categoría de actuación femenina). Para mí no es extraño porque quiero confesar que los hermanos Dardenne (directores de esta película) están entre mis cineastas predilectos. No hay filme de los Dardenne que no me haya fascinado. Su cine está lleno de grandes actuaciones, personajes entrañables y dilemas éticos de proporciones teológicas.

Mucho se ha hablado de la depresión europea. Y en los dos términos de la palabra: la depresión económica y la depresión que produce vivir en una sociedad que, traumatizada después de la Segunda Guerra Mundial, ha decidido poner en duda todos los valores que alguna vez la condujeron a la cima de la civilización: Europa la luminosa, la creadora, la cruel, se odia a sí misma.

Sandra, la protagonista de Deux jours.., está deprimida. Solo quiere dormir. Sin embargo, tiene un esposo que le dice “te amo” (una frase que en francés suena muy bien) y “quiero que luches por esto”.

La lucha de Sandra consiste en convencer a sus compañeros de trabajo de que voten por ella toda vez que el jefe (un capitalista malvado que hemos visto en otras películas de los Dardenne) ha puesto a sus obreros en el siguiente embrollo: si vuelven a recibir a Sandra luego de su tratamiento por depresión, no tendrán el bono anual. Hay que votar. La película toca, con esta premisa de tintes minimalistas, temas políticos, antropológicos y sociales. Sandra tiene que convencer al menos a nueve compañeros de trabajo de que su depresión y el despido que de ella puede desprenderse es algo que pudo sucederle a cualquiera porque, en efecto, Europa está deprimida. En la aventura del cabildeo, la heroína se enfrenta con la mala fe y, en suma, la miseria de un Primer Mundo en que la pobreza sabe a clase media mexicana. En el mundo altamente industrializado la pobreza del alma contrasta más.

La tradición narrativa de los Dardenne tiene el encanto del renacimiento flamenco: con temas de apariencia cotidiana toca fondos de misticismo muy alto.

Esta es la primera película de los Dardenne que realmente llama la atención en Estados Unidos, otro país que gusta de historias de dilemas éticos. Creo que ha llamado la atención allá porque, si uno se fija, hay elementos francamente hollywoodenses detrás de la forma típicamente realista del buen cine belga.

Las luchas de Sandra, por ejemplo, recuerdan a 12 Angry Men de Sidney Lumet. El deseo de que se haga justicia, de que se miren todos los ángulos de un problema, es sujeto de cine épico. No importa que la locación sea de barriada.

Más allá, Deux jours… tiene el encanto de It’s a Wonderful Life de Frank Capra. Sandra está pensando en el suicidio, pero se le aparece un ángel. No es un ángel de cara de niño y alas blancas. Es un hombre que juega al futbol y en una de las escenas más hermosas de los Dardenne se aproxima a ella para pedirle perdón. Esto es cine flamenco, protestante: Dios y sus ángeles se ocultan detrás de rostros con apariencia normal.

Deux jours, une nuit (Dos días, una noche) Dirección: Jean–Pierre Dardenne, Luc Dardenne. Guión: Jean–Pierre Dardenne, Luc Dardenne. Fotografía: Alain Marcoen. Con Marion Cotillard, Fabrizio Rongione, Pili Groyne, Simon Caudry, Bélgica, 2014.

viernes, 13 de febrero de 2015

El cadáver sobre la playa

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

La polisemia del nombre Leviatán ofrece un interés que crece conforme el espectador comprueba que no son gratuitos ni el nombre de la película ni la fama que entre críticos se ha ganado. No es gratuita tampoco la referencia a Hobbes.

Leviatán goza de dos herencias que el director sabe tejer: del teatro de Chéjov, el director retoma la idiosincrasia eslava: las emociones desenfrenadas, el alcoholismo y el amor en sus vertientes más carnales, pero del cine soviético, Zviáguintsev retoma el gusto por el realismo, por los planos largos y los diálogos que parecen desvariar. No lo hacen: en realidad ilustran. Pero no como ilustran los diálogos en una mala serie televisiva, al contrario. Gracias a una serie de charlas aparentemente sin importancia, el guión dibuja formas de entender el mundo: los miedos y los deseos de los protagonistas emergen como el mítico monstruo del mar.

Hay un solo momento en que el director se permite “algo”: una toma que no adolece de realismo. Roma, un muchachito deprimido camina por la playa. Nos encontramos con él a un gigantesco esqueleto. Arrojado sobre la arena están los despojos de una vida sin sentido. Aquel esqueleto parece confirmar el estado de ánimo de un niño que está por crecer para reproducir las injusticias que retrató Chéjov, esas que el socialismo negó y que hoy Zviáguintsev ha vuelto a denunciar. Hobbes en esta historia tiene razón: el ser humano es hijo del mal.

La narrativa tiene ecos del teatro ruso. La hermosa propiedad del protagonista está a punto de ser incautada por un alcalde sin escrúpulos. Nuestro héroe tiene, sin embargo, a un amigo con el que, años antes, peleó en Afganistán. El amigo es abogado y, por si fuera poco, galán. Sin duda el abogado desea hacer justicia y evitar que a su compañero le incauten la propiedad, pero se encuentra con el alcalde y, peor, con sus propios instintos malignos. Este hombre que pudiese haber salido de una película hollywoodense comienza a dar señales de que Leviatán, sinónimo de Satán, monstruo que inspiró a Moby Dick, vive también en él: en el justo abogado soñador. La conclusión salta a la vista y rompe con cualquier posible lectura convencional. El hombre que quiere justicia, la mujer impetuosa y el hijo que sabe amar, todos ellos están contaminados por el mal. Como en poema de Baudelaire.

Leviatán ofrece, como sucede cada determinado tiempo en el cine ruso, un comentario agudo contra el estado de las cosas en el país más extenso del mundo. Como resultado, uno se entera que las cosas no cambian demasiado. Ni el comunismo ni la caída del comunismo han evitado la corrupción porque (lo sabía el Hobbes que escribió su Leviatán) no hay sistema político sin fallas. Tal vez la única salvación esté apuntada en el inquietante retrato de un Putin que mira al abogado y al político corrupto cuando se enfrascan en alguna discusión: la tiranía es el único sistema de gobierno justo porque solo un tirano es capaz de aplastar al Leviatán que vive en el corazón de sus criaturas despreciables.


Leviatán (Leviathan) Dirección: Andréi Zviáguintsev. Guión: Oleg Negin y Andréi Zviáguintsev. Fotografía: Mikhail Krichman. Música: Philip Glass. Con Elena Lyadova, Aleksey Serebryakov, Vladimir Vdovichenkov y Roman Madyanov. Rusia, 2014.

sábado, 7 de febrero de 2015

Amores impronunciables

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

Tengo la impresión de que ya vi esta película. No hace mucho, en realidad. En 2013 Colin Firth hizo a un soldado occidental maltratado hasta el horror por un japonés. The Railway Man, dirigida por Jonathan Teplitzky, culminaba, como Unbroken (dirigida por Angelina Jolie), con la necesidad existencial de un torturado por ver la cara de su torturador. Hay dos o tres diferencias entre las películas pero el fondo es el mismo: pasaron los años, cayó la bomba de Hiroshima y tanto el soldado de The Railway Man como el de Unbroken quisieron enfrentar al hombre que los humilló. Había llegado el tiempo histórico del reproche o el perdón.

Unbroken tiene el mal gusto de publicitarse como basada en una historia real. Angelina Jolie, actriz metida a directora, vende con este eslogan la muerte de un héroe y atleta olímpico de Estados Unidos ofreciendo solo la foto de un viejito. Otra vez: esta película ya la vi.

La película tiene dos valores: fue escrita por los hermanos Coen y goza de un diseño de producción magnífico. No cuaja sin embargo la actuación del villano quien pudo hacer la diferencia entre una película que vale la pena ver y una obra de arte.

Hace muchos años leí una inquietante historia de soldados de Rudyard Kipling. El cuento estaba centrado en un muchachito guapetón que era vejado por su capitán hasta el hartazgo. El cuento era magnífico por lo que no decía. El capitán (si uno leía con atención) estaba enamorado del soldado que atormentaba. La historia de Kipling tenía así un giro psicológico de altos vuelos. Tengo la impresión de que los Coen quisieron escribir algo similar.

Pero una cosa es ser buena actriz y otra muy distinta dirigir con la sutileza de quien puede ofrecer al espectador atento la historia de un amor perverso; la historia siniestra de un amor homosexual e impronunciable.

Si fuese cierta mi intuición se explicarían dos cosas: la sonrisa que un muchachito japonés ofrece a nuestro héroe durante las Olimpiadas de Berlín y la expresión ambigua, femenina (casi de geisha), de un capitán que quiere hacerse el macho dando de golpes a un pobre tipo al que vemos sufrir durante dos horas. Aun interpretada así, la película de Angelina Jolie resulta bastante mala. Creo que ella misma no entendió el punto de acentuar la relación sadomasoquista, tal vez porque su “héroe real” fue un soldado que además ganó una medalla olímpica. Triste que ni siquiera una mujer como Jolie pueda suponer pulsiones homosexuales en hombres así.

Pero veámoslo: el malvado capitán japonés es apodado “El Pájaro”. Todo el tiempo lleva los ojos con más rímel que una prostituta y tiene con el soldadito de sus afectos y sus odios un diálogo reiterativo: “Mírame a los ojos” (golpe). “¿Por qué me miras a los ojos?” (golpe). Si la Jolie hubiese sabido explotar esta ambigüedad perversa con la maestría de Rudyard Kipling no hubiese necesitado explicar nada. Por sí sola la película hubiese brillado mucho más.

Unbroken (Inquebrantable). Dirección: Angelina Jolie. Guión: Joel Coen y Ethan Coen basados en el libro de Laura Hillenbrand. Fotografía: Roger Deakins. Música: Alexandre Desplat. Con Jack O’Connell, Domhnall Gleeson, Garrett Hedlund y Finn Wittrock. Estados Unidos, 2015.