viernes, 23 de enero de 2015

El jazz es la vida

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

Todo en Whiplash resulta un misterio. No un misterio detectivesco. Uno más inquietante: ¿por qué estamos aquí? Misterio existencial.

Whiplash es una obra maestra. Ataca con sazón digno del arte musical (sazón significa tempo) las necesidades de un baterista que en su vida ha derribado tantos prejuicios burgueses que está en peligro de muerte. ¿El arte puede matar? Creo que sí aunque… solo si te va la vida en el arte.

¿Por qué se ocupa tanto Andrew en destruir su vida de niño burgués en aras de un momento musical? Entendido el personaje de Andrew (y se entiende toda vez que el actor es magnífico), la pregunta resulta tan ociosa como ésta: ¿por qué se ocupa tanto en vivir?

Sería absurdo plantearse la pregunta así, pero hay que decir que, aunque en Andrew la distinción entre jazz y vida se ha desdibujado, a veces lo atacan las dudas: ¿será mejor la vida burguesa de un buen matrimonio? En el estudio de Andrew hay un afiche que reza: “Si eres mediocre terminarás tocando en una banda de rock”. Quien entre al corazón del corazón de Andrew verá que no es el rock lo que le intimida. Le intimida la intrascendencia, la desazón: vivir fuera de tempo.

Es aquí donde resulta necesario (tanto en la vida como en la ficción) un antagonista. Un profesor, en este caso. Fletcher es un peleón, hijo de puta, malévolo y castrante que todo lo escucha. Es tan malévolo que el título de la película sugiere una torcedura en el cuello que en cualquier momento puede volverse textual. Fletcher es la sombra del Miyagi de Karate Kid o, mejor, aquel coronel que en Apocalipsis de Coppola se regodeaba en el aroma de napalm. Llegados a este punto queda claro que la lucha entre Andrew y Fletcher es a muerte. ¿Quién es aquí dueño del tempo?

No se crea, por favor, que de lo que estoy escribiendo aquí es de un duelito de interpretaciones. No. No es ni siquiera un duelito de egos. Estamos hablando de humillar y torturar a alguien frente a una multitud desconcertada en el Carnegie Hall. Nada más.

El último gran descubrimiento de la música occidental es el jazz. Hay en esta música el germen de una batalla de amo-odio, toda vez que los esclavos africanos que nos regalaron estos ritmos y colores a veces querían hacer el amor a sus amos y a veces les rebanaban el cuello. De eso estamos hablando. La guerra entre Andrew y Fletcher es la misma que se libra entre amo y esclavo. ¿Quién va a someter a quién?

Someter. Hay en esta palabra el eco de un acto guerrero, pero también el de un acto sexual. Amor y violencia. He aquí otro de los misterios que se nos aparecen en Whiplash. ¿Cómo es que esta batalla mortal se parece tanto a estar haciendo el amor? A las cuchilladas sigue el abrazo y al abrazo sigue uno de los orgasmos fílmicos más explosivos a los que yo haya asistido. Así culmina esta película. Porque los misterios en Whiplash no son detectivescos, son los misterios de hombres capaces de sacrificar todo lo que la burguesía considera importante (el amor, por ejemplo) a cambio de un fugitivo tempo de jazz.

Whiplash (Whiplash: música y obsesión) Dirección: Damien Chazelle. Guión: Damien Chazelle. Música: Justin Hurwitz. Fotografía: Sharone Meir. Con Miles Teller, JK Simmons, Melissa Benoist, Paul Reiser. Estados Unidos, 2015.


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