sábado, 24 de octubre de 2015

Malabares a la francesa



Fernando Zamora
@fernandovzamora

¿Por qué desafiar la vida caminando sobre un hilo entre dos edificios? El protagonista de The Walk afirma que “el arte” de caminar por encima del mundo está lejos del desafío. “Al contrario”, dice, “es un elogio a la vida”.

The Walk es una película para ser amada, ante todo, por el público de Estados Unidos. ¿Cómo no iba a hacerlo si la película se filmó como homenaje a todos los que murieron en las Torres Gemelas?

El protagonista es un francés que, al borde del estereotipo, seduce con un acento de “oh-la-la”, pero hay otra protagonista: Nueva York, esa ciudad vanidosa que más brilla mientras más se le elogia. ¿Y qué mejor forma de elogiarla que repitiendo que quien triunfa allá triunfa en el mundo entero? Philippe Petit, el malabarista, lo cree y decide ofrecer al mundo el espectáculo de caminar entre las Torres cuando aún existían. Lo hace de forma ilegal de modo que en sus cálculos e investigaciones parece un terrorista que sin embargo quiere hacer arte, no matar.

La dirección resulta poco más que azucarada. No se trata solo de que uno sabe exactamente qué va a suceder, se trata de Gordon-Levitt quien construye a un personaje que tiene tantas ganas de caer bien que termina por caer mal. La imagen por supuesto es preciosista y se regodea en estos dos portentos: París y Nueva York.

Los críticos más aventureros ya están viendo a The Walk compitiendo por el Oscar, pero yo no tengo vocación de agorero así que no sé si la película de Zemeckis conseguirá tantos premios como aquella otra película suya que, aunque igual de dulzona, resultaba más bonita: Forrest Gump. También Forrest Gump es un elogio del American Way, tiene también una imagen cuidada hasta el extremo y el mensaje termina por ser cursilón. Y sin embargo hay en Forrest Gump algo que no encontramos en The Walk: una historia de amor.

Zemeckis y sus guionistas se han dado cuenta de que no basta el empeño de cruzar pértiga en mano entre dos torres para mantener al público despierto más de dos horas, de modo que dieron al señor Petit (el malabarista original) una historia de amor que tal vez por real no cuaja del todo. Hay en este amor muchas promesas, muchos “te quiero” en francés, pero no hay esa relación de los amores desiguales que enternecía en Forrest Gump. Y es que solo entre desiguales se dan las grandes historias de amor, pero los artistas callejeros de The Walk se parecen tanto que su amor es convencional.

Aun así, con todo y el sabor azucarado, la fotografía siempre luminosa y el mensaje de que en Nueva York siempre es posible hacer tus sueños realidad, hay algo que vale la pena en The Walk y es el deseo tan humano de hacer que la existencia propia brille por algo distinto y aventurero. Puede que uno no crea que dar vueltas en hilo a tres mil metros de altura sea algo por lo que vale la pena arriesgar la vida pero tiene razón el protagonista cuando dice que esa clase de actos son elogio de una existencia que de otro modo sería gris.

The Walk (En la cuerda floja). Dirección: Robert Zemeckis. Con Joseph Gordon-Levitt, Ben Kingsley, Charlotte Le Bon, James Badge Dale. Estados Unidos, 2015.



sábado, 12 de septiembre de 2015

Austria o la muerte de Dios


Fernando Zamora

El asunto es así: uno va a ver una película austriaca y sabe que será truculenta. Ich seh, Ich seh es una de esas obras cien por ciento vienesas: crueldad pura. Que es gran cine, nadie lo duda, pero si uno no se siente atraído por los enfermos del alma, lo mejor será que pase de esta película.

Ich seh, Ich seh fue producida por Ulrich Siedl, director y guionista de un tríptico que, igualmente austriaco, se solazaba en la ausencia de Dios: Paraíso fe, Paraíso esperanza y Paraíso amor son obras monumentales de una nación que desde los años en que Hitler pavimentaba su camino al poder no ha encontrado su consuelo. Al menos eso parece decir un cine tan influido por Elfriede Jelinek (la ganadora del Nobel de Literatura) que no puede salir de los mismos temas: el asesinato, el incesto y el otro como medio, no como fin. Resulta paradójico: aquella Austria que dio origen a Mozart y al strudel de manzana es también la patria del nazismo y un mal de vivre que desde la caída del imperio austro–habsbúrgico vive al garete: a pesar de sus altísimos niveles económicos la nueva Austria se nos presenta triste como estos gemelitos que en Ich seh, Ich seh dudan que la mujer que ha decidido operarse la cara sea en verdad su mamá.

Hace algunos años en Cannes, durante la proyección de la película Michael de Markus Schleinzer, un periodista gritó: “¡Están locos estos austriacos!” Lo hizo, me parece, durante una escena en que se sugería abiertamente la humillación sexual a un niño de ocho años. Ich seh, Ich seh tiene también su dosis de pedofilia: dos gemelitos pasean por la campiña, los gemelitos se desnudan y se meten a bañar, los gemelitos solo quieren ser amados por mamá. Como es de suponer, detrás de estas imágenes se esconden perversiones. Primero están las de la madre, una mujer que nos parece frívola y sádica. La cosa se pone buena cuando descubrimos que los gemelitos son dignos de aquel otro perverso vienés que se llamaba Sigmund Freud.

Y es que, en efecto, los niños se encuentran al final de la latencia sexual y con el Edipo vuelto loco mezclan al Internet con cierto accidente y al dios crucificado, en un complot para asegurarse que mamá nunca los abandone. Lo estoy diciendo, claro, en clave simbólica: la trama de una película como ésta ha sido hecha para ser analizada y vale la pena, después de verla, un café para charlar de lo que no está bien en la mente de los tres protagonistas.
En un nivel más superficial, Ich seh, Ich seh es un magnífico filme de suspenso en que la tensión entre dos niños y su madre va creciendo hasta niveles que, no por esperados, son menos inquietantes. El terror psicológico de estos gemelos parece el de un mundo que se encontró tristemente con la máxima nietzscheana de la muerte de Dios. Tal vez por eso el gemelito que atormenta a mamá reza tanto. Sufre lo que el loco de la Gaya Ciencia, sufre lo que Austria desde el fin de la Primera Guerra Mundial. Parece decir: ¡también los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado!

Ficha técnica
Ich seh, Ich seh (Dulces sueños, mamá). Dirección: Severin Fiala y Veronika Franz. Guión: Severin Fiala y Veronika Franz. Fotografía: Martin Gschlacht. Con Susanne Wuest, Elias Schwarz y Lukas Schwarz. Austria, 2014.


viernes, 4 de septiembre de 2015

Algo más que lobos

Por: Fernando Zamora

Son una manada: seis muchachos caminan por las calles de Manhattan. El mayor tiene dieciséis. Como sus hermanos, viste de negro; usa corbatas delgadas. Quiere emular a los mafiosos italianos del cine porque… toda su vida es el cine.

The Wolfpack es un documental tan convincente que hay quien piensa que se trata de un montaje, una ficción. Yo no. Estoy convencido de que personajes como esta manada existen. Estos seis hermanos cuyos padres se conocieron cuando eran Hare Krishnas son tan reales que parecen falsos.

El padre de los hermanos Angulo siguió a su mujer desde Perú hasta Nueva York. En aquel tiempo, la pareja tenía la esperanza de irse a vivir a Europa pero se quedó en Estados Unidos. Asqueados, sin embargo, con la sociedad de consumo, el capitalismo y el sueño americano, el padre de esta manada decidió que sus hijos no deberían abandonar nunca su departamento. La madre los educó a los seis y a una hija autista. Con este hecho la familia completa consiguió que la seguridad social de Estados Unidos pagara lo suficiente como para vivir en forma simple, casi prehistórica, en un departamento de Nueva York.

The Wolfpack ganó el prestigioso Premio del Público en el Sundance Film Festival y, además de ser un documental tan verdadero que parece falso, resulta encantador porque sus personajes lo son.

La idiosincrasia mexicana (tan acostumbrada a las truculencias) se asombrará al descubrir que el secreto que guarda esta manada no incluye abusos sexuales ni físicos. El encierro es más una regla que eventualmente uno por uno de los hijos habrá de romper. La idiosincrasia mexicana encuentra falsa esta historia porque nos resulta extraño que llegados a cierta edad (justo como hacen los lobeznos) estos muchachos rompan la regla de oro de papá: salen a la calle. Habiendo visto miles de películas a lo largo de su vida (encerrados, la única diversión de los seis hermanos es ver cine), la manada mira el mundo con los ojos de Batman o Spiderman.

Luego del escape del hermano mayor, la seguridad social de Nueva York comenzó a investigar a la familia Angulo. No se encontró nada reprochable. El excéntrico peruano cierra la puerta de su departamento, nada más. Poco a poco los lobeznos se han ido liberando. Y lo han hecho tan bien que un director de documentales los encontró y rodó con ellos esta obra de arte que da cuenta de seres humanos que viven en un estado salvaje, se echan a dormir en medio de la sala, todo lo comparten, no hablan con nadie que no pertenezca a su tribu y sin embargo se alimentan de cine. Todo el cine del mundo.

Aprendiendo de memoria sus películas favoritas, construyendo disfraces y actuando una y otra vez las escenas que más aman en un mundo que no conocen, los hermanos Angulo resultan paradigmas humanos porque muestran la importancia de tres cosas: la fraternidad, el deseo y la narrativa: ese cine que miran en viejos VHS hasta el cansancio habla de lo enamorados que estamos los seres humanos de la ficción.


The Wolfpack (Wolfpack: lobos de Manhattan). Dirección: Crystal Moselle. Guión: Crystal Moselle. Fotografía: Crystal Moselle. Con Bhagavan Angulo, Govinda Angulo, Jagadisa Angulo. Estados Unidos, 2015.


viernes, 21 de agosto de 2015

El resplandor del eterno femenino

Fernando Zamora
@fernandovzamora


En el contexto del 14 Festival Internacional de Cine de Horror–Macabro, aparece en la cartelera mexicana Controra. House of Shadows, película que en su estética imita las glorias del terror italiano de los setenta. Ahora bien, para encontrar la belleza en esta clase de cine siempre es necesario estar lo suficientemente enamorado del género como para reconocer las influencias, los guiños y, en fin, las referencias que salpican la pantalla con esa fruición con que Dario Argento nos salpicó de sangre en su momento.

Y justamente, lo primero que llama la atención aquí es el hecho de que la directora haya decidido evitar el gore. Controra: House of Shadows asusta, sí, pero con ausencia de sangre.

Para conseguir el horror macabro que anuncia el ciclo, la directora genera más bien un clima de esoterismo, un morbo que eriza la piel y hace justicia al eslogan de la película: “Mientras más fuerte es la luz, más intensas son las sombras”. Con esta frase, la directora Rossella De Venuto hace una declaración de principios: a ella lo que la guía no es tanto Dario Argento como Stanley Kubrick, quien en The Shining, de 1980, consiguió aterrorizar con el resplandor de la luz y no con la ambigüedad de la sombras.

En italiano, controra refiere a ese momento del día en que el sol está en lo más alto del cielo y brilla tanto que es casi imposible ver. Controra, como The Shining, aterra en un ambiente en que son las luces y no la oscuridad lo que deja ciego.

Y en la película resplandece también el rostro de Fiona Glascott, actriz irlandesa que en esta House of Shadows es una pintora dublinesa que, casada con un hombre italiano, tiene que marcharse a vivir a la orilla del Mediterráneo, en un lugar que también sabe de castillos macabros pero en un sentido muy distinto al de aquellos que se levantan en el norte de Europa.

Controra aspira a ser un clásico no porque siga la escuela de Kubrick sino porque la casa heredada y repleta de fantasmas aún está dando material para seguir filmando. El folclor del sur de la península brilla también en esta película de hermosura canicular.

Todo clásico aspira a volver a contar lo mismo pero desde una perspectiva que nadie haya visto. Si Controra lo consigue es algo que ha de decidir el espectador, pero hay aquí dos cosas muy originales. Para empezar, la película ha sido dirigida por una mujer. El género está prácticamente acaparado por hombres, así que dejarse aterrar por una realizadora tiene de suyo un encanto. Además, ofrecer una película de miedo en el ambiente del sureste italiano es también digno de ser notado, pero ojo: no todo es excelente en esta película, el final es predecible, y escuchar a los italianos hablando inglés resulta chocante.
Como sea, Controra es una película cuando menos interesante en el contexto de una cartelera cinematográfica que en este verano parece agotada con secuelas de toda clase. Así, Controra brilla con la hermosura de un horror que no solo los fanáticos del género son capaces de ver.

Controra: House of Shadows (Controra). Dirección: Rossella De Venuto. Guión: Rossella De Venuto. Fotografía: Ciarán Tanham. Con Fiona Glascott, Federico Castelluccio, Kelly Campbell. Italia, Irlanda, 2014.


viernes, 14 de agosto de 2015

El fantasma de Hunt

Fernando Zamora
@fernandozamorav

Dicen que uno es esclavo de sus secretos. Tal parece el caso de Ethan Hunt, héroe de la serie televisiva que Tom Cruise en el clímax de su fama y poder económico llevó al cine a punta de buenos guiones, buenas actuaciones y extraordinarios directores. Al menos así fue en las primeras tres emisiones de la franquicia. Una franquicia que llega ya al número cinco: Rogue Nation.

La primera Misión: Imposible en 1996, resucitó esta serie televisiva que fascinó en la infancia a Tom Cruise. Dirigía Brian de Palma y su talento se nota en el ritmo, en los cortes, en la cámara que parece vivir.

En la segunda, Cruise consiguió a otro director excepcional. John Woo parecía haber entendido que los golpes en esta clase de historias son pretextos para ofrecer una danza. La influencia de Woo no desaparecería ya en las siguientes películas de la misión imposible de Cruise.

En 2006 J. J. Abrams dirigió para la productora Cruise/Wagner la tercera parte de Misión: Imposible, la mejor. El guión es coherente y contenido, las coreografías son un deleite y además aquí está Philip Seymour Hoffman en el pináculo de su carrera. Seymour Hoffman es el malo perfecto y Abrams en el 2006 se perfilaba para suceder a Spielberg en la farándula hollywoodense. Hasta la fecha creo que lo es. Como suele suceder, sin embargo, al llegar tan alto es difícil seguir el ascenso. La cuarta parte es vulgar. Misión: Imposible se convirtió en una franquicia en el sentido más frívolo del término. Y la tendencia continuó. La Misión: Imposible que ahora está en cartelera, más que mala, es patética.

Patética porque apela a lo más vulgar de nuestras emociones. O no sé yo qué pensaba Cruise al desnudarse y mostrar en su espalda las primeras curvas que no se deben al músculo sino a la senectud. No digo que Cruise sea un anciano, pero hay tomas que o no vio o no pudo ver. Con respecto a la cara: como todos los enfermos que padecen de un Trastorno Dismórfico Corporal, Tom Cruise se preocupa tanto por parecer joven que resulta chocante. Su sonrisa es falsa todo el tiempo, la nariz se nota operada y los ojos heroicos de Ethan Hunt se han vuelto los de un iluminado enloquecido. Algo similar ha sucedido con Mel Gibson.

Vale la pena comparar a Cruise no con sus antiguas glorias (cuando trabajó con Woo, con de Palma, con Abrams). Vale la pena compararlo con Clint Eastwood. Eastwood no dejó de ser héroe a causa de la edad; al contrario, se dio cuenta de que la edad da a los héroes un aire quijotesco. Eastwood cayendo del caballo en Unforgiven de 1992 resulta, en efecto, inolvidable. Pero Cruise es incapaz de mirarse en el espejo y aceptar la simple realidad de que diva o no, también él morirá
.
Si el guión fuera bueno, uno pasaría por alto a un Ethan Hunt que parece haber desaparecido dejando a esta Misión: Imposible vacía, llena de fantasmas. Pero no. Aquí vagan los temas clásicos; aquí vagan los guiños del gran cine de espías que todo fanático quiere ver. Pero son eso: fantasmas, peripecias sin vida, referencias que han perdido su sabor.

Mission: Impossible–Rogue Nation (Misión:Imposible 5). Dirección: Christopher McQuarrie. Guión: Christopher McQuarrie. Fotografía: Robert Elswit. Con Tom Cruise, Paula Patton, Jessica Chastain. Estados Unidos, 2015.



viernes, 7 de agosto de 2015

Dios perro

Fernando Zamora
@fernandovzamora

El globo rojo, dirigida en 1956 por Albert Lamorisse, es una de las películas más enigmáticas de todos los tiempos. En un tono que adivina el realismo fantástico, Lamorisse cuenta la historia de un niño que se encuentra con un globo que tiene vida propia. Cincuenta y ocho años después, la húngara Kornél Mundruczó ganó en Cannes el premio Un Certain Regard con Hagen y yo, que cuenta entre sus influencias a este clásico de Lamorisse. No se trata solo de que el perro de Lili resulte tan incómodo en el mundo como el globo aquél. Lo importante es el apego de dos seres que, faltos de cariño, se transforman en dioses el uno para la otra. He ahí el juego de palabras en el título original: Dios blanco.

Lili está justo en el momento de crecer. Tanto El globo rojo como Hagen y yo son películas de crecimiento que muestran al protagonista que el amor es hermano del sueño y la muerte. La escena onírica en que los globos de París se llevaban al cielo al cuidador infantil de El globo rojo tenía algo de la muerte de El Principito en el clásico de la literatura francesa.
Además de Lamorisse, hay en la historia de esta pequeña trompetista algo de Los pájaros de Hitchcock. En efecto, los globos parisinos pueden parecer inocentes (con todo y que llevan a cabo su venganza cargándosela con un niño). Otra cosa son los pájaros que, sin por qué, se lanzan a picotear a los habitantes de la costa de California. Dos reflexiones: es justo en este “sin por qué” de la venganza de los pájaros que tanto Los pájaros como El globo rojo anuncian el Boom latinoamericano. Segundo: los globos como amenaza resultan inocentes, los pájaros ofrecen un poco más de miedo. Los perros pueden ser tan terribles como anuncia el epígrafe de Rilke al inicio de Hagen y yo.

Más influencias. Lili busca a su perro perdido en Avenida México. Este hecho y el curso que toman las peripecias permiten distinguir un nuevo influjo en esta película. Amores perros parece haber encantado a la directora de Dios blanco. Es en Avenida México donde Hagen comienza a volverse Max. Huyendo de la perrera municipal el dios perro de Lili cae en manos de un hombre que no solo lo rebautiza como Max, lo entrena para volverse el perro más violento de Hungría. Hagen vuelto Max participa contra su voluntad en peleas caninas en los barrios bajos de Budapest. A partir de estos amores perros conectamos con Hitchcock.

Hagen y yo es una película bellísima. Las tomas parecen salidas de un sueño en que la directora y guionista recuerda que nuestros dioses son también nuestros demonios. La relación entre Lili y Hagen, entre Lili y Max, es en verdad la relación que tenemos con una naturaleza que creemos amable. En realidad es brutal: si quiere nos acaricia, si quiere nos desgarra a mordidas. Todo lo terrible tiene que ser amado, afirma Rilke al principio de esta película. La transformación de Hagen en Avenida México y el llanto de Max solo pueden ser revertidos por Lili y unas notas de Liszt. Después de todo, la diosa blanca se ha dado cuenta de que frente a ella tiene también a un dios.

Hagen y yo (Fehér Isten). Dirección: Kornél Mundruczó. Guión: Kornél Mundruczó. Fotografía: Marcell Rév. Con Zsófia Psotta, Sándor Zsótèr,Lili Horváth, Luke y Body. Hungría, Alemania, Suecia, 2014.




viernes, 31 de julio de 2015

Una moda que no acomoda

Fernando Zamora
@fernandovzamora

Los jefes comienza con este cliché: los padres ricos son buenos y tontos. Los padres pobres son malos y punto.

El narcofilm, sospecho, se enorgullece de lo que está sucediendo en México y se regodea exportando la imagen de un mexicano malo, tonto y vulgar. Hay que aceptar, sin embargo, que Los jefes une a dos personajes separados por clases sociales muy distintas. Los une un interés insospechado: la droga. Marx no lo hubiese pensado mejor: oprimidos y opresores se unen gracias a la marihuana y la cocaína. La moraleja de la Chiva (el director) parece ser que la droga democratiza a México. Y no porque todos estemos jodidos sino más bien porque todos somos igual de irresponsables y (a decir de la madre del muchacho pobre) igualmente pendejos.

Ya llegará uno de estos días un sesudo e importante documento que dé cuenta de los cientos de películas que en torno al narcotráfico se han producido en los últimos años. Aquí no hay tiempo ni siquiera para señalar lo ridículo de esta caricatura: el lenguaje del gordo malo, por ejemplo, los contoneos de la chica tonta que presta su trasero para ser sobado con fruición, el temor del niño bueno y rubio que quiere celebrar su cumpleaños con un pase verde y el niño pobre y morenazo que limpia coches y aprovecha el tiempo libre en aquello del narcomenudeo.

La edición y en general el timing de toda la película recuerda la fallidísima Bala mordida, elogio del lugar común que dirigió en 2009 Diego Muñoz: los diálogos se estancan y la actuación (a menudo cómica, como para demostrar que los actores se dirigen solos) no bastan para que los personajes sean capaces de identificar a nadie con nadie. Paradojas del destino: medio México está fascinado con la imagen del narcotraficante y quienes tienen el dinero para levantar una película como ésta son incapaces de crear no ya identificación, al menos un poco de simpatía.

Lo más molesto de Los jefes es esto: queda la impresión de que lo que trata de hacer la Chiva, como tantos otros directores que han querido subirse a la moda de dirigir libelos sórdidos contra el narco, es llamar la atención de la crítica fílmica extranjera. Sueñan con Cannes, pues. Y es que Cannes, ya se sabe, mientras más sórdida la película... mejor. Ahora, que gane es otra cosa: la sordidez puede garantizar la selección, pero no La Palma.

Al mexicano le gusta contar al mundo que México es el país más malo del mundo. Como si a alguien le importara. Importaría en todo caso si autores como la Chiva construyeran personajes como los que ahora mismo se están matando en la sierra; importaría si los protagonistas fuesen poco más que el sueño marihuano de un director que sin la menor idea de lo que es contar una historia quisiera algo mejor que llamar la atención de la prensa de Francia inventando un México tan estúpido como éste.

Hay un documental que se llama El sicario. Sucede en un cuarto de hotel. Ahí está todo el drama del narco en México. Los jefes es tan mala que recuerda lo peor de la comedia de Televisa. Adrián Uribe, lo digo en serio, la hubiera actuado y dirigido mejor.

Los jefes. Dirección: Chiva Rodríguez. Guión: Babo. Fotografía: José Casillas. Con Babo, Fernando Sosa Solís y Millonario. México, 2015.



viernes, 24 de julio de 2015

Falso destino de papel

Fernando Zamora
@fernandovzamora

El escritor John Green ha sabido utilizar las nuevas tecnologías muy a su favor. Para conseguirlo está usando viejas estructuras en nuevas plataformas. Del videoblog, John Green saltó a la novela en el sentido más clásico del término. Y es que lo suyo son las historias de romance juvenil dirigidas particularmente al público femenino. Green escribe romances, esto que en Estados Unidos llaman Chick Flick, novelas o películas específicamente dirigidas a adolescentes que aún creen que hay algo así como una forma de vivir completamente aventurera y original.

Reconocido por el éxito de The Fault in Our Stars, Green se ha convertido en una máquina de generar contenido para la red. Esta última película, Paper Towns, tiene el encanto de sus cursos de literatura por Internet aunque tengo la impresión de que el esquema general de la película está inspirado en una pequeña joya del thriller fílmico y literario, Gone Girl, dirigida en 2014 por el extraordinario David Fincher y escrita por Gilliam Flynn, un autor que, a decir verdad, tiene mucho más que decir que John Green.

Como en Gone Girl, la historia está centrada en una mujer que deja a cierto hombre una serie de pistas para encontrarla. Las diferencias básicas son éstas: en Gone Girl la mujer que dejaba pistas para que la encontraran era una auténtica psicópata; en Paper Towns, ella es una romántica trasnochada que quiere liberarse de lo que considera una vida falsa. Gone Girl era una obra de desamor, que se regodeaba en la incapacidad de seguir amando una vez que el éxito económico abandonaba a los protagonistas. En Paper Towns la chica es una ilusa que en el más puro estilo adolescente quiere vivir una vida completamente original. Como se ve, tanto la protagonista de Gone Girl como la de Paper Towns tienen algo de sociópatas y es aquí donde la cosa se pone interesante: John Green parece estar jugando con su propia carrera como videobloguero y burlándose de cualquier infracción de derechos de autor. Efectivamente. parece darse cuenta de todos estos elementos tomados a propósito de la novela de Flynn.

Los Paper Towns son entradas o información falsa que los creadores de mapas y enciclopedias introducen a propósito en sus trabajos. La idea es que si alguien copia un mapa y copia también el pueblo falso será fácil probar que hubo una infracción de derechos de autor. Con todo el equipo que realizó la exitosa pero melcochosa The Fault in Our Stars, John Green está utilizando muy presumiblemente una estructura que no es original pero se burla de cualquier concepto de originalidad aprovechando a su favor toda la experiencia que ha obtenido como estrella de Internet. Este hecho aproxima todavía más a su heroína adolescente a la mujer amargada de Gone Girl, pero la moraleja es distinta: las historias no pertenecen a nadie, lo único que podemos tratar de hacer es no convertirnos nosotros mismos en los engañados habitantes de una vida falsa en un pueblo de papel.

Paper Towns (Ciudades de papel). Dirección: Jake Schreier. Guión: Scott Neustadter y Michael H. Weber basados en la novela de John Green. Fotografía: David Lanzenberg. Con Nat Wolff, Cara Delevingne, Halston Sage, Austin Abrams. Estados Unidos, 2015.


viernes, 17 de julio de 2015

Todos los sentidos


Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

En los viejos tiempos (antes de Warhol, quiero decir) se discutía apasionadamente ¿qué es el arte? Las artes mecánicas estaban relacionadas con los sentidos “menores”, esos que son los más atractivos para el sexo: tacto, olfato y gusto. Las artes liberales, relacionadas con la vista y el oído, tenían que ver con el sexo, por supuesto, pero más cerca de la sublimación. Las distinciones cobran importancia cuando hablamos de un posible arte de la jardinería o como lo llaman actualmente: arquitectura de paisaje. Si uno lo mira detenidamente, la jardinería involucra los cinco sentidos y es, como se dieron cuenta André le Notre y Sabine de Barra, la más sensual de todas las artes.

André le Notre y Sabine de Barra fueron arquitectos de los jardines de Versalles y A Little Chaos es una película de grandes aspiraciones que gira en torno a la relación de estos jardineros de Luis XIV; que han encontrado que el arte y el sexo son más hermosos con un poquito de caos.

Creo que la película tiene grandes aspiraciones porque pensar en torno al arte, la naturaleza y el caos no es poca cosa. Hay al menos una interesante discusión con este tema pero, a decir verdad, la película se desinfla. Solo un poco y no lo suficiente como para dejar a los espectadores con la impresión de que todo ha salido mal.

La culpa del incumplimiento de las promesas de A Little Chaos pudiera ser de Kate Winslet quien, a decir de la prensa de espectáculos, estaba embarazada. No me consta pero hay un momento tierno en que, sorprendido el personaje, la actriz en lugar de llevarse las manos al pecho o a los labios se las lleva a la barriga. Lo del embarazo tiene su chiste porque es justamente la actuación de Winslet la que decrece en sentido inverso al volumen de su panza. Y es que el protagónico tiene sus encantos pero también sus momentos oscuros. Hay algo siniestro en una actriz embarazada que ha decidido interpretar a una jardinera que perdió a su hija. ¿Es por ello que conforme avanza la trama ella parece cada vez más timorata? Podría ser. Lo importante en todo caso es que, hacia el final, madame de Barra no goza de poderío para dar lecciones de arte a su majestad.

Con la fotografía sucede más o menos lo mismo. Comienza uno electrizado y termina uno empalagado (como con Versalles). A esta película le hace falta lo que tenía la original jardinera real: un poquito de caos para revivir la construcción de los jardines más famosos del mundo, caos para pensar a profundidad el lugar de la jardinería en las bellas artes, caos, en fin, para dar verdadera fuerza a una predecible historia de amor.

El actor y director Alan Rickman promete mucho y ofrece menos. Tal vez por eso la actriz Kate Winslet parece devorada por él. Rickman resulta mucho mejor actor que director de su propia película. Tanto que a pesar de que la cosa parece decaer poco a poco creemos por un instante que un actor inglés es capaz de hablar, seducir y gobernar a los espectadores como lo hizo el Rey Sol.


A Little Chaos (En los jardines del rey). Dirección: Alan Rickman. Guión: Alison Deegan, Alan Rickman y Jeremy Brock. Fotografía: Ellen Kuras. Con Kate Winslet, Matthias Schoenaerts y Alan Rickman. Gran Bretaña, Francia, 2014.

viernes, 10 de julio de 2015

Cuento de nostalgia lunar

Fernando Zamora
@fernandovzamora

“Hubo alguna vez un leñador”; con estas palabras comienza el 35 Foro de La Cineteca. A mí el cine japonés de animación me abre la mente en flor de loto. Kaguya va de un cortador de bambú que un día encuentra a una princesa tan pequeña que cabe en la palma de la mano.
El estilo visual está más cerca de un Hokusai influido por los pintores flamencos del XVII que de los maestros del anime japonés. El dibujo juega con la delicadeza de pinceles de diverso grosor.

La tradición occidental trae a memoria las Metamorfosis de Ovidio. Kaguya se transforma en una muchacha ante los ojos de sus padres adoptivos. Aquí está la belleza: no es necesario explicar lo que no tiene explicación. Arte es metamorfosis.

La princesa crece, se enamora, se vuelve una delicada mujer de sociedad en el Japón medieval. La música acompasa las escenas —otra vez— en sintonía perfecta con el arte que Japón hizo suyo cuando Estados Unidos los abrió al capitalismo a cañonazos.

Comparar esta historia con los cuentos de Kurosawa resulta fácil, pero creo que sus orígenes están en una tradición aún más rara. Oriente y Occidente aquí se mezclan. Kaguya tiene mucho de Puccini (más que de Kurosawa). Kaguya es Turandot.

En el pueblo de lo padres adoptivos de Kaguya, los niños son campesinos. Pobres, pero no miserables. Ha comenzado a surgir, sin embargo, una clase nueva en la isla. Burguesía. El padre de la niña quiere usarla para comprar un título nobiliario. Pero, ¿una princesa de cuento de hadas oriental puede tener el espíritu de un Barry Lyndon burgués? Yo creo que no.

Los colores de la película gozan de algo muy de Europa, de cuentos infantiles del XIX, aunque el final no puede ser más asiático: música, danza y deidades parecen venir marchando desde India hasta la Isla del Sol Naciente.

Si un poema puede ser interpretado no merece ser dicho. Así decía un maestro del haiku. Tal vez esta sea otra razón para gozar (que no interpretar) las desventuras de una princesita que padece el tránsito entre el feudalismo y el nacimiento del Japón burgués.

Esta primera película del Foro tiene la fuerza de los cuentos de hadas que en diferentes tradiciones enseñan a los niños del mundo a amarse a sí mismos. Así se amaban antes. La naturaleza (me ilusiona imaginarlo) era más sensual en su estado salvaje. Y es que la virginidad que desea Kaguya no parte de la gracia sino de la naturaleza salvaje. Ella no va a someterse.

No puede haber amor en la isla del millón de dioses. A veces Kaguya es una niña, a veces una princesa, a veces una campesina. Lo mismo sucede con su verdadero amor, ese que recuerda al héroe de Turandot. Y es que como la princesa en la ópera italiana, Kaguya solo puede amar a alguien tan salvaje como ella, alguien capaz de darle un nombre. Su verdadero nombre: “pequeño bambú”. El nombre de los príncipes burgueses es falso como la caricatura de un Japón que no ha dejado de ser crisantemo y espada: amor imposible y dioses incognoscibles. Kaguya es poesía que imprime en su narrativa la perfección de un dibujo que no vale la pena interpretar. Hay que gozar.
        

Kaguyahime no monogatari (La princesa Kaguya). Dirección: Isao Takahata. Guión: Isao Takahata y Riko Sakaguchi basados en el cuento “El cortador de bambú”. Japón, 2014.

martes, 7 de julio de 2015

El hombre de la cámara-rifle

Fernando Zamora
@fernandovzamora

Cartel Land (Tierra de cárteles) padece desequilibrios. Es posible atribuirlos al hecho de que vivir en un sitio en que los criminales pueden entrar a tu casa y violar a tu mujer y a tus hijas delante de ti produce un poco de estrés, pero en el caso de Cartel Land la cosa va más allá. Y es que a pesar de que, como documental, cuenta su historia con una narrativa muy sólida, a menudo interfiere con nuestras emociones el pegote de dos historias por completo diferentes. Por un lado están los vigilantes de Estados Unidos, esos que se han dedicado a cazar migrantes. Por el otro está la historia del doctor Mireles, quien saltó a la fama como jefe de las autodefensas michoacanas y que fue visto por muchos como un héroe salido de las páginas de un relato medieval. Era un Robin Hood.

Las dos historias no tienen nada en común. O quizá solo esto: un grupo de civiles, desesperanzados con la posibilidad de que el gobierno haga algo, decide tomar las armas y lanzarse a hacer justicia por mano propia. Cuidado. Durante una de las secuencias más notables de Cartel Land un hombre indignado grita al Papá Pitufo (segundo en la línea de mando del doctor Mireles): “están ustedes usurpando las atribuciones del Estado”. El hombre tiene razón. Puede que la moral supuestamente revolucionaria se maraville con la entereza de un hombre que decide tomar un arma y ponerse a matar a los malos de la película en plan de caballero justiciero. Lo malo comienza, por supuesto, cuando uno se da cuenta de que fue así que llegaron los Caballeros Templarios, fue así que llegaron los Cárteles. Fue así que México, Colombia; Afganistán e Irak (ahora con el ISIS) se hicieron de algunos de los grandes criminales de la historia. La narrativa de Cartel Land goza, pues, de esta doble moral molesta: no sabe uno qué territorio pisa; no sabe uno si los personajes están siendo exaltados por el director o si éste se ha metido en la cabeza la posibilidad de retratarlos “tal cual”.

Personalmente creí que la noción de un documental objetivo, interesado en retratar la realidad sin juicios, había quedado atrás gracias al famoso (infame para muchos) Michael Moore. Moore puede ser todo lo incongruente que se quiera, pero dio al cine una certeza: la cámara es un rifle. No es posible ser objetivo contra la persona a quien disparas. Así, Cartel Land o peca de inocente o no supo ofrecer al público una historia moderada pero subjetiva. Y es que si bien es cierto que la realidad no es un western lleno de buenos y malos, también lo es que toda moneda tiene dos caras y los grandes documentales tienen la virtud de ofrecer las dos.

Dicho lo anterior, hay un valor que hace de Cartel Land una obra maestra: la cámara. No importa que el director Matthew Heineman se haya perdido en el armado de estas dos historias que no solo no pegan, a menudo se contradicen. En tanto fotógrafo, el mismo Matthew Heineman entró en combate. Estuvo al frente y, tal vez como los soldados en las batallas de verdad, se perdió tanto con el silbido de las balas que no terminó por saber ni quién era ni quién era el enemigo ni cuál era la verdad.


Cartel Land (Tierra de cárteles). Dirección: Matthew Heineman. Guión: Matthew Heineman. Fotografía: Matthew Heineman. México, Estados Unidos, 2015.

viernes, 26 de junio de 2015

El cielo bajo París

Fernando Zamora
@fernandovzamora

En 1995 había comenzado a decaer el arte del video-clip. Por aquellos años, Jake Scott filmó uno con base en “Everybody Hurts” de R.E.M. Bird People comienza con una secuencia muy similar a este video: En el metro atiborrado, los espectadores escuchamos pensamientos de hombres, mujeres y niños perdidos en el mundo moderno. Lo mismo sucedía en Las alas del deseo aunque la referencia era mucho más discreta y original.

Bird People participó en el prestigioso premio de Cannes Un Certain Regard. No ganó a pesar de que la historia, si uno la mira bien, tiene cierto encanto que, por otra parte, se pierde a veces: la obra dura demasiado tiempo y no consigue pegar en una sola dos historias de distintos protagonistas.

Él es un ejecutivo estadunidense, millonario al que estamos acostumbrados en las películas que se refieren a París. La diferencia está en que el hombre, deprimido tal vez luego de haber visto en la carretera un accidente, decide dejar toda su vida atrás. Tal cual. El tipo planta a su mujer, a sus hijas y a sus empleadores; simplemente decide no subirse al avión que tendría que llevarlo a cerrar un jugoso contrato en Dubai. Fin.

Ella, la protagonista, es recamarera. Desde la primera secuencia que tanto recuerda al video-clip de R.E.M., sabemos que tiene una relación particular con los pájaros. En efecto, Bird People debió llamarse Bird Woman porque la heroína, por razones que solo pueden atribuirse al realismo fantástico, un día se convierte en uno de esos gorriones que suelen meterse en broncas con los gatos y los humanos por igual.

Algunas preguntas interesantes emergen luego de dos horas metidos en esta ficción. ¿Por qué un hombre exitoso decide dejar todo su mundo atrás? Sabemos, por una charla que sostiene con el taxista del hotel, que no se trata de que, como ha sucedido ya con otros personajes muy vistos en el cine, se haya enamorado de París. Al contrario. Su viaje no pasa del hotel del aeropuerto, con su comida mala y su decoración “internacional.”

A más de uno le gustará Bird People justamente porque en la sociedad que vivimos muchos quisieran (yo no) abandonarlo todo un día. Dejarlo todo sin darle a nadie una explicación: ni al jefe ni a la esposa ni al público que está mirando la película. Para el protagonista de Bird People, vivir se ha convertido en un estado de guerra, un “permanente estado de guerra” que lo tiene sometido en forma existencial.

Pasadas las dos horas, Pascale Ferran, el director, decide dar a toda la película una dosis de buen humor. Hay entonces incluso una alegría que emana de esta hermosa camarera francesa que se ha convertido en un pichón. La vemos volar y entrar indiscretamente en la vida de los otros. Si no fuera porque hemos visto secuencias semejantes en programas de Animal Planet, la cosa parecería muy original.

Bird People no es una mala película aunque es demasiado larga y no termina por conseguir mezclar una historia digna de Disney con un videoclip existencial para ofrecer al público lo que promete: una inesperada historia de amor.

Bird People (Alas de libertad). Dirección: Pascale Ferran. Guión: Guillaume Bréaud y Pascale Ferran. Fotografía: Julien Hirsch. Con Josh Charles, Anaïs Demoustier, Francia, 2014.