viernes, 26 de septiembre de 2014

El peso de lo que no puede ser dicho

Por: Fernando Zamora

Oh Boy es una de esas películas en las que en apariencia (solo en apariencia) sucede poco: un muchacho de veintitrés años, aspecto aniñado, nariz aguileña, despierta en la cama con una muchacha de pelos punk. Ella, cariñosa, le ofrece café. Él la rechaza. Sale del departamento como apurado aunque más tarde sabremos que su prisa no tiene sentido. Es solo angustia, ansiedad. Niko (nuestro héroe atontado) vive solo y su principal pasatiempo consiste en fumar y ver desde la ventana de su apartamento los tranvías y los trenes que cruzan la Friedrichstrasse. Es de notar que, aunque fuma, Niko nunca trae encendedor. Tal vez “pedir fuego” a los extraños sea una forma de apuntar que necesita cariño. Una de las escenas más tiernas de la película demostrará verdadera esta pequeña intuición psicoanalítica.

Total que, siguiendo los ojos de Niko, Berlín se nos aparece agridulce: trenes, fotografía en blanco y negro, jazz. Durante veinticuatro horas, Oh Boy sigue la vida de este ser paradigmático que vaga por las calles de su ciudad. Y Niko resulta paradigmático porque veremos que, como en un buen jazz, el director se da su tiempo para aterrizar en el tema, en eso profundo que quiere tocar.

Para hablar del fantasma que pesa sobre el espíritu alemán, Gersten echa mano del consabido humor berlinés. Así, las risas, el cliché, la burla cruel del director sobre su creatura se transforman lentamente en una reflexión en torno a eso que los filólogos llaman “crisis nominal”, esa que viven las sociedades o individuos que no pueden nombrar lo que están padeciendo. Vistos así, tanto Berlín como Niko adquieren dimensión, sobre todo cuando, durante la epifanía de la película, un hombre afirma: “escucho lo que dicen, pero no entiendo nada”.

Como para ambientar al espectador en esta auténtica crisis nominal, Jan Gersten espeta al inicio del filme dos o tres chistes en torno al prejuicio de que “donde hay un alemán hay un nazi”. Más adelante centra su atención en los viejos. Niko, en esta aventura de un día, conoce a una mujer ya entrada en años que se deja abrazar muy largamente. Más tarde, en un bar, hay un hombre que, como Niko mismo, escucha, pero es incapaz de entender y mucho menos de decir lo que le pasa.

El padre es otro personaje fundamental de esta crisis. A pregunta expresa: “¿por qué dejaste la universidad?”, Niko responde: “no lo sé, creo que necesito pensar”. “¿Pensar? ¿Qué necesitas pensar?” Niko, claro, no sabe. Y no porque sea idiota. No puede entender y mucho menos decir lo que le pasa.

La clave simbólica de Oh Boy se completa con una chica rubia que antes padeció de sobrepeso y de la que, en la secundaria, Niko se burló. ¿Acaso es culpa? ¿Un pasado que cargamos todos por más que hace tiempo que ya no seamos los mismos? No lo sé, pero Niko es incapaz de cargar el peso que la historia ha puesto sobre sus hombros. No se trata solo de la juventud de Alemania. En un sentido amplio, es la juventud de Occidente: está llena de culpas que es incapaz de nombrar.
________________________________________
Oh Boy (Oh Boy. 24 Hrs. Berlín). Dirección: Jan Ole Gerster. Guión: Jan Ole Gerster. Fotografía: Philipp Kirsamer. Con Tom Schilling, Katharina Schüttler y Justus von Dohnányi. Alemania, 2013.

viernes, 19 de septiembre de 2014

Esto no es una caricatura

Por: Fernando Zamora

Cantinflas, de Sebastián del Amo, tiene una cualidad específica que la vuelve grande: no es una caricatura. De este hecho, en apariencia tan simple, se siguen todas las otras cualidades artísticas del filme. Para comenzar, la caracterización del catalán Óscar Jaenada. Todos los que hemos padecido las películas que sobre la historia de México se producen aquí sabemos lo que es un personaje acartonado. La cara de ídolo de Juárez, el bigote bien peinado de Díaz y aun el rostro libidinoso de Hidalgo en el último despropósito fílmico-histórico nacional, la “desmitificación” de Hidalgo, son poco más que una caricatura y, ya lo dijo Queta Garay, a mí “las caricaturas me hacen llorar”. Jaenada es un extraordinario actor le guste a quien le guste, tanto que es capaz de imitar el acento en inglés de un mexicano. Y no estamos hablando de cualquier mexicano: del que llevó el argot nacional a las alturas del arte. Jaenada tiene todas las cualidades para hacer con Sebastián del Amo un retrato muy personal de Mario Moreno toda vez que esto no es tampoco una comedia ligera. En realidad, es un melodrama, un melodrama muy bueno.

Este punto lleva directamente a la siguiente virtud de la película: el guión. Escrito por el novato Edui Tijerina y el propio Sebastián del Amo, parece simple: la historia se centra en el productor que levantó la película Around The World in Eighty Days en 1956. Y visto que Mr. Todd no tiene ni idea de quién es “Cantinflas”, el guión puede llevarnos de regreso a los años en que Mario Moreno comenzó su incursión en el teatro de carpa. La historia va y viene entre tiempos y cuenta efectivamente dos historias que confluyen en una escena climática que nos deja con ganas de más. No está mal. Además, con un personaje tan controvertido, manoseado, criticado (bien y mal) y, en suma, tan poco comprendido como “Cantinflas”, lo mejor era ser superficiales, que no frívolos. La película cuenta bien lo que todo mundo sabe y lo hace con buena producción, buena imagen y una extraordinaria actuación (que no imitación). Con respecto a lo que no todo mundo sabe o no recuerda de la misma forma, los escritores pasan por ahí con pies de barro. No se detienen ni en el activismo político ni en las relaciones amorosas de “Cantinflas” ni mucho menos en el sucio asunto de la lucha por su fortuna personal.

En este y otros sentidos la forma en que los guionistas llevan adelante la historia recuerda el Chaplin que dirigió Richard Attenborough en 1992. Attenborough no hubiese podido entrar en detalles con respecto a la pugna entre Chaplin y Edison, por ejemplo. No lo hizo o, al menos, no a profundidad. El mejor ejemplo, me parece, de un guión con base en un personaje tan complicado es The Queen, obra maestra de Stephen Frears de 2006. En Cantinflas, como en las películas de marras, los guionistas tienen la sabiduría de dejar pasar las partes que pudiesen ofender a muertos y a vivos para centrarse en el retrato (que no la caricatura) de un hombre tan complejo, tan amado y odiado como Mario Moreno “Cantinflas”.
_______________________________________

Cantinflas. Dirección: Sebastián del Amo. Guión: Edui Tijerina y Sebastián del Amo. Música: Aleks Syntek. Fotografía: Carlos Hidalgo. Con Óscar Jaenada, Michael Imperioli e Ilse Salas. México, 2014.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Genealogía visual de Rodríguez

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

Algo tiene Robert Rodríguez que a veces gusta y a veces no. Es como uno de esos platillos exóticos muy condimentados que, sin embargo, hay que probar. La segunda emisión de Sin City (aquella película que en 2005 además de barroca resultó inquietante por su retrato de la maldad) lleva el título de A Dame to Kill For. Y sí, la chica en cuestión es lánguida, pura y medianamente puta: flor de fango de esas que quieren salvar los adolescentes.

La verdad es que desde el punto de vista narrativo, Rodríguez nunca ha tenido mucho que decir (no creo que ni siquiera El mariachi, aquella mítica película que lo llevó a la fama, sea narrativamente algo muy memorable); son sus ojos los que constatan que, si hay hombres que nacieron para hacer cine, él es uno de ellos.

Por otra parte, puede que los fanáticos de los cómics se interesen en esta película solo porque es una adaptación (muy apegada al espíritu original, por cierto) del clásico de Frank Miller, quien es otro gran maestro de la imagen y dirige con Rodríguez. No es necesario ser adivino para saber que, al menos desde el punto de vista plástico, uno llegará en Sin City: A Dame to Kill For al estupor que produce el gran cine.

Toda la historia, el montaje y la película misma, son pretextos para las escenas en que sobre todo se exalta la belleza de una feminidad que, si uno lo piensa bien, hace mucho que no podíamos disfrutar sin un dejo de culpa. Y es que aquí la chica es frágil y el chico es rudo, estereotipos que hoy parecen viejos y que Rodríguez reproduce so pretexto de que éste es un mundo paralelo que poco tiene que ver con el mundo real.

Sin City... recoge el imaginario estadunidense de la decadencia urbana que suele traer el progreso. La película podría suceder en Detroit o en la Ciudad de México; podría suceder en Hell’s Kitchen o en el barrio neoyorquino conocido como Alphabet City, ese lugar al sur de Manhattan en que, cuenta la leyenda, era imposible recitar el abecedario y llegar hasta la Z sin ser asaltado.

Sin City... es la ciudad perfecta para la exploración artística de Robert Rodríguez que, lo dicho, creo que es ante todo visual. Lo es porque tiene referencias al gran arte que en Estados Unidos ha dado cuenta de la miseria del barrio urbano. Ese en el que la chica de cabellos rojos se pasea vendiendo placer obligada por las circunstancias. Hay que buscar las referencias de A Dame to Kill For sobre todo en el cine negro estadunidense; ese que escribieron Dashiell Hammett y Raymond Chandler, ese que dirigieron Rouben Mamoulian y Howard Hawks, que actuaron Humphrey Bogart y Lauren Bacall, Gary Cooper y Sylvia Sidney. Es aquí donde encontramos las fuentes de un magnífico artista plástico que (genes mexicanos aparte) se alimenta de una tradición visual estadunidense tan frondosa que se remonta a las raíces de Edward Hopper y llega hasta las ramas en que Frank Miller ha dibujado estos cómics de tan hermosa oscuridad.
_________________________________

Sin City 2: Una dama por la cual mataría (Sin City: A Dame to Kill For). Dirección: Frank Miller y Robert Rodriguez. Guión: Frank Miller basado en su propio cómic. Música: Robert Rodriguez y Carl Thiel. Fotografía: Robert Rodriguez. Con Mickey Rourke, Jessica Alba y Josh Brolin. Estados Unidos, 2014.

viernes, 5 de septiembre de 2014

¿Y si cambiamos de punto de vista?

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

Podría pensarse que The Faces of Love es nada más el intento comercial por explotar la repentina muerte de Robin Williams para lanzar una pequeña película que filmó hace dos años. La verdad es que no. En The Faces of Love Williams hace un papel muy secundario. Son Annette Bening y Ed Harris quienes llevan el peso del guión.

Y el peso es mucho toda vez que The Faces of Love tiene sus momentos inverosímiles, aunque uno los tolera porque en verdad estamos frente a dos grandes actores. Ed Harris, por ejemplo. Hace dos papeles en uno, lo cual resulta interesante aunque si convence o no al público de que él no es uno sino dos, es algo que habrá de decidir el respetable. En cuanto a ella… Bening es la viuda incapaz de superar la muerte del esposo amado. Es aquí donde aparece Robin Williams en el papel del eterno enamorado de esa mujer que sin duda sigue siendo guapa.

El caso es que un día la viuda se encuentra con otro hombre. Comienza la historia de amor porque resulta que el nuevo hombre es igual al ex marido. No estamos hablando aquí de “un aire”; no. El nuevo novio de Annette Bening es tan parecido al hombre muerto que lo interpreta el mismo actor.

La historia tiene sus misterios y en sus mejores momentos uno espera que aparezca, por fin, el espíritu de Hitchcock para dar el giro inesperado, la vuelta de tuerca que haga justicia a la actuación de los amantes, pero no. The Face of Love se queda en una peliculita rosa y nada más.

Hagamos, sin embargo, el siguiente experimento. Imaginemos que en vez de que la historia sea contada desde el punto de vista de ella (una viuda que, incapaz de superar la muerte del marido, se encuentra en un museo con el doppelgänger del hombre muerto), los creadores hubieran decidido contarla desde el punto de vista de él. La cosa, creo, habría adquirido grandes niveles de misterio. La cosa iría más o menos así: un maestro de pintura famoso en la universidad por seducir a sus alumnas, se encuentra un día en el Museo de Arte Moderno de Los Ángeles con cierta mujer madura y guapa. Ella lo mira extrañada y las cosas no van más allá hasta que la mujer se aparece un día en el salón de clases del maestro de pintura para solicitar clases privadas.

Luego de los avatares de rigor, él y ella comenzarían a quererse, harían el amor. Todo bien. Sin embargo, algo misterioso habría en la forma en que ella lo mira: historias que no se dicen. Secretos. Contada así, The Faces of Love hubiese podido adquirir el misterio inquietante de una obra tan fina como la Rebecca de Hitchcock. Pero no. Escrita desde el punto de vista de la viuda, The Faces of Love puede ser tierna y por momentos incluso interesante pero nada más. Eso sí, vale la pena ver la actuación e imaginar lo que hubiese sucedido con dos actores de este tamaño contando la historia de una mujer que se enamora de un hombre exclusivamente por la singular casualidad de que se parece mucho a un hombre muerto.
______________________________________
The Face of Love (Reinventando el amor). Dirección: Arie Posin. Guión: Matthew McDuffie y Arie Posin. Música: Marcelo Zarvos. Fotografía: Antonio Riestra. Con Annette Bening, Ed Harris, Robin Williams. Estados Unidos, 2013.