viernes, 29 de agosto de 2014

El misterio de Job

Por: Fernando Zamora

El cine es arte porque es misterioso. No hablo solo de los temas. Aun la forma de armar una película como El círculo roto resulta misteriosa: una pareja recibe una mala noticia, no sabemos qué pasa. Curiosidad. El corte directo que da al cine la ubicuidad de los sueños nos lleva al pasado. Hubo un tiempo en que fueron felices. ¿Qué sucedió? Misterio.

Evidentemente, el misterio juega también en niveles más altos. ¿Acaso puede una película como The Broken Circle Breakdown dar cuenta del grito desesperado de un hombre que se niega a creer en Dios? No, pero eso no implica que el misterio no debiera pensarse. No es posible agotar los temas que más inquietan a la existencia justamente porque son inagotables.

The Broken Circle Breakdown está construida con base en un magnífico guión en el que conviven personajes entrañables. Él, un punk que ha decidido cambiar de vida y tocar el banjo en un grupo de country estadunidense… pero en Bélgica. Ella, tatuadora profesional. Los encuentros, el amor sexual, fraternal y solidario que se teje en torno a estas dos vidas se nos ofrece en un ir y venir de secuencias que dan nuevos sentidos al tiempo. No estoy hablando solo de recursos como el flash back, no. El montaje es más como un sueño en que la historia de este hombre, esta mujer y la extensión de sus amores (una adorable niña que pareciese personificar todo aquello que une a sus padres) cobra sentido en un objeto, esta película, que solo vive (y durante un instante) en el cerebro (¿el alma?, ¿la psique?) de un espectador que queda, otra vez, misteriosamente consternado, con la sensación de haber vivido una vida ajena desde el privilegiado punto de vista de un sueño que no padece de tiempo.

Cuando ella se desdobla hacia el final de la película entendemos lo que piensan los creadores. Esto es cine de aspiraciones teológicas. Hace mucho que no veía algo que, con respecto a la existencia —o no— de Dios me inquiete tanto. Los belgas saben hacer este cine.

La estructura, las actuaciones, la fotografía y el montaje dan pistas para asumir que aquí nada es casual. El virtuoso del banjo toca country porque (quien haya vivido en Estados Unidos lo sabe) este tipo de música está basado en historias de amor desesperado. Hay algo de melodrama en el asunto. El círculo roto podría ser, incluso, una comedia musical por más que, efectivamente, como anuncia el protagonista, llegado el momento del dolor los humanos somos “changos llenos de miedo; tanto miedo que solo podemos gritar”.

Lo interesante del grito del protagonista es su sonido agridulce: hay un violín, un bajo, el banjo. La música es grito.

El círculo roto es cine que se une a la tradición de los hermanos Dardenne. Lejos de la inocencia de quien piensa que la muerte de Dios libera al hombre, el cine de Bélgica da cuenta del horror de hallarse arrojados en una existencia en la que no hay ya ni fe ni mito ni Dios que premie a Job por su fidelidad. Sin Dios la vida golpea con el sinsentido de esa felicidad que no vuelve jamás.
_______________________________
The Broken Circle Breakdown (El círculo roto). Dirección: Felix van Groeningen. Guión: Johan Heldenbergh. Música: Bjorn Eriksson. Fotografía: Ruben Impens. Con Johan Heldenbergh ,Veerle Baetens y Nell Cattrysse. Bélgica, Holanda, 2012.

viernes, 22 de agosto de 2014

Humor y virtuosismo

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora
El cine de España se pone hollywoodense y, aunque pareciera que no, si uno saborea con gusto la película Grand Piano verá que ahí está la imagen sofisticada y el descocado sentido del humor que caracteriza al cine español.

Lo anterior no significa, por supuesto, que la historia no esté enraizada en el cine más clásicamente hollywoodense, pero a la típica historia de suspenso Grand Piano agrega su belleza colorida, el contraste en los colores, la cámara en el sitio insospechado (perfecto) y sobre todo un guión que mantiene al respetable al borde del asiento.

Elijah Wood hace a un pianista medio traumado que está a punto de volver al escenario luego de una ausencia de cinco años en que se ha dedicado a estudiar una “obra imposible” y a aparecer en los tabloides de espectáculos como esposo de la actriz de moda. Durante el clímax de la película la esposa en cuestión demostrará, sin embargo, que es más que una cara bonita. La escena es espectacular.

Grand Piano parece cine de los años cincuenta, pero lo digo como un elogio. Tiene algo de Hitchcock, no tanto por el suspenso como por la complejidad psicológica del protagonista y, sobre todo, porque las cosas no son nunca lo que parecen. Difícil ahondar en este tema aquí sin vender trama; baste decir que la historia de Grand Piano gira en torno a un virtuoso y la película es, en sí misma, virtuosa. Para exponer este punto vale la pena definir lo que entiendo por virtuosismo desde el punto de vista musical. Virtuosa es una obra que por su dificultad requiere de virtudes por parte del pianista. A menudo estas obras carecen de profundidad; sin embargo, hay otras que además del virtuosismo ofrecen al auditorio una nueva perspectiva con respecto a las posibilidades técnicas del piano y de la música en sí misma. El Primer Concierto para Piano de Tchaikovski es de esta clase. No es casual, por tanto, que el concierto que Selznick interpreta a lo largo de la primera parte de Grand Piano tenga un aire que recuerda el tercer movimiento de esta obra. El director, el intérprete y el compositor (los tres igualmente importantes en esta película) están queriendo decir que, efectivamente, su obra es como un buen concierto de piano. No se trata solo de la dificultad (el filme está rodado en una sola locación y sin elipsis, es decir, sin cortes en el tiempo, solo al final: en esto radica su virtuosismo), se trata sobre todo de que estas dificultades en la producción tienen sentido, no son solo efectos o fuegos artificiales. Así que Grand Piano resulta una excelente película.

Eugenio Mira es español. Los productores, el compositor y el fotógrafo son españoles. La película, sin embargo, goza del dinero de Estados Unidos y se nota. La tradición del cine de España se une al espíritu del mejor cine de California. El resultado es una historia llena de sorpresas y golpes dramáticos. Una película de referencias clásicas y una que otra licencia de autor que en realidad se perdonan porque Grand Piano termina por ser una película entretenida, asombrosa y, en suma, llena de virtuosismo.
_______________________________________
Grand Piano. Dirección: Eugenio Mira. Guión: Damien Chazelle. Música: Víctor Reyes. Fotografía: Unax Mendía. Con Elijah Wood, John Cusack, Kerry Bishé. Francia, Italia, 2013.

jueves, 14 de agosto de 2014

Incomunicación

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

Desde la primera secuencia sabemos que El pasado es una película sorprendente: Ahmad busca la salida en cierto aeropuerto pequeño en los suburbios de París. Ella afuera, al otro lado de un enorme vidrio, trata de llamar su atención. Gesticula. Es en vano, él no puede escucharla. Finalmente Marie atrae la atención de Ahmad gracias a una tercera persona que se ha dado cuenta de los esfuerzos de ella por comunicarse con él.

Esta primera secuencia tiene el germen de lo que nos espera. Para comenzar, hay que subrayar la creatividad en la presentación del conflicto: la vida de él y la vida de ella están separadas por un invisible muro de incomunicación. No hay nada qué hacer: aunque se quieran, aunque se digan “te amo”, ni él ni ella son capaces de entender.

El pasado, del iraní Asghar Farhadi, es una fábula en torno a todo lo que es imposible decirse en una pareja. Es indudable: ambos se quieren, son capaces de perdonar, confían el uno en el otro y es más: desean lo mejor el uno para el otro. ¿Qué les falta? La respuesta, supongo que el cineasta la deja para que el público dé su opinión.

Ahmad y Marie son inmigrantes. Ella está a punto de embarcarse en un cuarto matrimonio y él ha venido desde Teherán para firmar el divorcio. La crítica en Irán ha exaltado en Farhadi el uso de temas propios de su país y debe ser que yo no soy iraní, pero a mí me parece que su principal virtud es que toca temas universales. El director hubiese podido aproximarse a la misma historia desde modelos más de moda en el Primer Mundo: el postcolonialismo, el feminismo o la teoría del sistema–mundo. Pareciera que el viaje de Ahmad a Francia es un pretexto, que igual pudiese haber sido filmada en Irán y es cierto. Si el director consiguió fondos para realizar su película en Francia me parece justo que la filme en francés visto que el tema de la incomunicación entre dos que se aman resulta más bien universal.

Y para contar el cuento de dos que, por más que se aman no se pueden comunicar, no es importante que se filme en uno u otro lugar. Eso mismo está sucediendo ahora en Teherán, en Bagdad, en México y en París. Farhadi no tendría por qué haberla resuelto echando mano de teorías extravagantes. Los críticos que la exaltan en Irán son los mismos que se preguntan en Occidente por qué no ha jugado más con el tema de la migración. A mí la respuesta me parece simple: a Farhadi no le interesa hablar de migrantes ni de pertenencia, ni de feminidad ni de masculinidad. Quiere hablar de incomunicación. 

Usando recursos técnicos más bien escasos pero con recursos estéticos amplios, Farhadi consigue en El pasado seguir explorando el tema que le apasiona y del que daba cuenta ya en su película anterior, Una separación. Las actuaciones son extraordinarias. Lo sabemos desde esa primera secuencia en que ella le grita y él no la escucha, en que él trata de decir “Te ves hermosa” y sin embargo no puede. A estos amantes los separa una incomunicación transparente que hace imposible que se escuchen los dos.
__________________________________
El pasado (Le passé). Dirección: Asghar Farhadi. Guión: Asghar Farhadi. Música: Evgueni Galperine y Youli Galperine. Fotografía: Mahmoud Kalari. Con Bérénice Bejo, Ali Mosaffa, Elyes Aguis y Sabrina Ouazani. Francia, Italia, 2013.

viernes, 8 de agosto de 2014

Todo por un actor

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

No soy de la generación que vio en Michael Caine al rubio de sonrisa chueca y ojos claros, perfectos para interpretar al intachable doctor que gustaba de salir “vestida para matar”. Caine ha sido para mí otra clase de doctor: ese que en 1999 enseñaba a Tobey Maguire las bases de la medicina en The Cider House Rules. Hay que notar, sin embargo, que en estas dos películas la ambigüedad de la expresión de Caine ofrece profundidad a la historia: sus facciones, sus manos, el timbre de su voz se mueven entre lo romántico y lo perverso. Caine es una de esas bellezas masculinas a las que, diría Pasolini, parece dar lo mismo acariciar, besar o matar.

La guapura de Caine tiene el misterio de lo indeterminado y es por ello que, más que un romance dulzón, Last Love es una película que vale la pena ver por el retrato psicológico de los personajes. Last Love ha sido dirigida por la cineasta alemana Sandra Nettelbeck. Lo más notable es que pareciera explícitamente escrita y producida para el actor. ¿Qué sería de Breakfast at Tiffany’s sin la sonrisa inocente de Audrey Hepburn? Lo que Last Love sin el registro de expresiones de Michael Caine: una historia banal.

Last Love está basada en la novela francesa Dulzura que mata. Y la dulzura en este caso es la de una muchachita que un día parece comenzar a coquetear con un hombre que, cuando menos, le triplica la edad. Un buen guión, sin embargo, es distinto a un buen taxista. En una buena película uno se embarca creyendo que lo llevan a un sitio, pero lo sorprenden con algo todavía mejor.

Last Love está llena de críticas sutiles a la idiosincrasia estadunidense: hay un hombre que tiene trece años viviendo en París y que aún no sabe pedir de comer en francés, una mujer que no soporta el apartamento con vista a los techos parisinos (con todo y que allá a lo lejos se mira la Torre Eiffel) y otros clichés que contrastan con la contraparte de Caine: esta bailarina de pelos largos y mal peinados que representa en muchos sentidos a la Francia de la que se ha enamorado este viejo amargo que ha llegado a aprender que, aunque en Estados Unidos se vive mejor, la vida en París se vive más.

Last Love juega en la frontera entre el romance y la perversión con una historia basada en el peor tabú amoroso de nuestros tiempos. Aun el tabú del incesto pareciera poco frente a la idea de que un hombre tan mayor pueda querer seducir a esta muchachita, pero recordemos que un buen guión no es un taxi: en el cine uno no debe llegar nunca al sitio que imaginó.

Last Love provoca al espectador con la posibilidad de desarrollar en pantalla el amor más escandaloso y prohibido. Al hacerlo se mueve también en la frontera entre lo aceptable y lo verosímil, pero sale a flote gracias a Michael Caine, un magnífico actor que aún viejo sigue siendo seductor en el sentido más amplio de la palabra: el hombre ideal para hacer a este millonario que enamora a una muchachita de clase obrera sin caer ni en la vulgaridad ni en el moralismo.
______________________________________
Last Love (El último amor del señor Morgan). Dirección: Sandra Nettelbeck. Guión: Sandra Nettelbeck. Música: Hans Zimmer. Fotografía: Bernard Rose. Con Michael Caine, Michelle Goddet y Jane Alexander. Bélgica, Alemania, Francia, Estados Unidos, 2013.

viernes, 1 de agosto de 2014

Abracemos el kitsch

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

Suelo ir al cine lo más libre de prejuicios. Tal vez por eso lo primero que pensé cuando veía El violinista del diablo fue que estaba viendo algo así como a Cachirulo, no sé: como cine para televisión. Algo parecido a lo que sucede cuando escuchas a David Garrett. Piensas: “Este, sin duda, es un virtuoso, ¿por qué un hombre con tanto talento hace covers de Coldplay?” Hay que abrazar el kitsch para saberlo, para que la pregunta se responda por sí misma: “porque es bonito, ¿y qué?”

David Garrett es el hombre perfecto para interpretar a Paganini, un virtuoso que tantas dudas ocasionó en la Culture Police de su tiempo, como el alemán Garrett causa hoy. Hay que dejar de lado los prejuicios, la grandilocuencia de los decorados que recuerdan a Turner (y a todas luces animados por computadora) para entrarle al sentido del humor de un director que creció con Los Muppets. Solo así es posible entender que el arte no debiera carecer ni de su dosis de espectáculo ni de su dosis de buen humor. Eso es El violinista del diablo: un gran espectáculo con mucho humor y tan poca producción que las estrellas protagónicas son este extraordinario violinista (que no es un gran actor, a decir verdad) y un diablo digno de Shakespeare… o mejor: de Goethe. La razón por la que uno puede amar esta película es que hay en El violinista del diablo algo que nadie parece haber notado. Al menos en las críticas que he leído nadie lo dice: que ésta es en realidad una adaptación casi puntual del Fausto de Goethe. Los autores (incluido Garrett, claro; si recompone a Beethoven, ¿por qué no iba a atreverse a recomponer a Goethe?) retoman la obra fundacional de la literatura alemana y se quedan con lo más básico: un diablo juguetón y malévolo, una amada un poco frívola y un Fausto que es al mismo tiempo el genio decepcionado con la banalidad del mundo y el tipo que aspira a ser… banal. Quien haya disfrutado con la primera parte del Fausto de Goethe no puede perderse este espectáculo basado en la vida de Paganini.

Otro punto interesante de notar es la reinterpretación del tópico “nace una estrella”. En exquisitos filmes (Velvet Goldmine, por ejemplo) hemos visto la comparación entre un clásico y una estrella de rock. En su viaje por Londres, Paganini tiene todos los elementos para recordar que la locura frenética que vivió el mundo por primera vez en forma de “fanáticos” se engendró en Inglaterra. ¿Quién lo pensaría? La flema inglesa es la verdadera causa del furor de gente que enloqueció con las presentaciones de Paganini, los Beatles o los Rolling Stones.

La verdad es que disfruté muchísimo de El violinista del diablo aunque, eso sí, a los puristas les recomiendo abstenerse porque aquí Paganini no es el genio profundo que imaginan los biempensantes, es más bien un tipo kitsch y adorable como Garrett: mezcla de Mozart y Liberace, profundidad, riqueza y mucho glam. Y el momento cumbre de la película sin duda lo es: él toca, ella canta y todo es un espectáculo que hay que ver.
_____________________________
The Devil’s Violinist (El violinista del diablo). Dirección: Bernard Rose. Guión: Bernard Rose. Música: David Garrett y Franck Van der Heijden. Fotografía: Bernard Rose. Con David Garrett, Jared Harris y Joely Richardson. Alemania, Italia. 2013.