viernes, 6 de junio de 2014

La diferencia es el toque francés

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora


Vista en forma superficial, Livide de Alexandre Bustillo y Julien Maury parece una reinterpretación más del cine de Argento y Carpenter. Nada nuevo: todo aspirante a cineasta punk quiere hacer algo así. Cada año deben producirse en Estados Unidos diez o doce películas de éstas. La diferencia es que Livide es francesa y, aunque parezca una obviedad, es esto lo que da nuevo sabor al recalentado.

Cuenta la leyenda que después del éxito que tuvo la primera película de Bustillo y Maury (Inside, 2007) los codirectores recibieron jugosas invitaciones para irse a dirigir secuelas en Hollywood. El sueño de los estudiantes de cine se había hecho realidad: California misma pedía una interpretación de Halloween o de Hellraiser. El dinero es tentador, pero los directores demostraron la clase de autores que son negándose a perder libertad artística a cambio de dinero. Fellini y Almodóvar hicieron lo mismo y aunque Bustillo y Maury están lejos de estos tamaños, al menos han comenzado bien.

De cualquier forma, como el dinero sigue siendo una tentación poderosa, los jóvenes y exitosos cineastas franceses coquetearon con la idea de hacer una película en inglés, en Inglaterra, para más señas. Era una suerte de punto medio: filmar en el lenguaje comercial por excelencia pero en Europa. Finalmente (y presumo que solo porque son artistas), se dieron cuenta de que para filmar su película, tenía que ser hecha en Francia y en francés. De acuerdo, si ésta es una típica historia gore, ¿por qué me parece tan importante que haya sido filmada en uno u otro lugar? ¿No es igual de roja la sangre en Rennes que en California?

La diferencia no está en la forma estrafalaria de llenar de sangre la pantalla ni en los elementos ominosos que Freud enumeró: el miedo a perder los ojos, a la castración, el miedo a que algo muerto reviva o, peor, que, efectivamente, esté vivo. El padre del psicoanálisis adivinó el gore en su ensayo “El Unheimlich” de 1919. Todo esto es igual pero Livide se solaza en la campiña del norte de Francia, en sus cielos plomizos y en los rostros de Normandía. Livide es un elogio del gusto francés por los “viejos tiempos” que incluyen, claro, el ballet. La danza es aquí casi un pretexto: la niña baila y es en el contraste entre esta delicadeza y el gore que Livide adquiere su valor.

Ahora, que tampoco se me malinterprete. Ésta es una película buena y nada más. La última grandiosa reinterpretación del gore fue aquella película sueca que aquí llamaron Déjame entrar y cuyo remake resultó una basura. Livide es interesante, sí, pero no creo que cambie la historia del cine. La novela del sueco John Ajvide Lindqvist dio a Déjame entrar una dimensión insospechada, pero ojo: el director no escribió la historia, así que aquí tenemos a dos cineastas en toda regla de los que tenemos mucho que esperar: un cine francés lleno de sangre y delicadeza, violencia y hermosas secuencias en las que una bailarina se pierde en el cielo normando para encontrarse con su creador.
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Livide (Livid: herencia maldita). Dirección: Julien Maury y Alexandre Bustillo. Guión: Julien Maury, Alexandre Bustillo. Fotografía: Laurent Barès. Música: Raphaël Gesqua. Con Chloe Coulloud, Catherine Jacob y Beatrice Dallé. Francia, 2011.

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