viernes, 2 de mayo de 2014

Del fin del imperio

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

El Gran Hotel Budapest es una película rara. Y lo raro incluye lo mejor… y lo peor. Que cada quien decida pues hay que ver esta película, entre otras cosas, porque Anderson consolida en ella ese estilo suyo hecho de escenas que más deben a la caricatura que al cine o la televisión. Lamento constatar, sin embargo, que el director a veces se imita. Hay una carta de amor como aquella que escribía el muchachito en Moonrise Kingdom. Misma situación, misma carta. Pareciese falta de inspiración.

El Gran Hotel Budapest está vagamente inspirada en historias de viaje de Stefan Zweig. Si alguien comparte con él nostalgias por el Imperio (conozco a más de uno), la película le gustará. Después de todo, el guión es un amplio elogio del espíritu de aquel tiempo de reyes bigotones; es imagen de una civilización frívola de tan profunda.

Y es en este sentido que Hotel Budapest recuerda aquel Underground de Kusturica, aunque (hay que decirlo) Underground llevaba la tragedia del fin del imperio hasta sus últimas consecuencias, mientras que Hotel Budapest se queda en la superficie de una farsa inútil pero divertida.

Por otra parte, si en Moonrise Kingdom Wes Anderson había conseguido una voz que no se parecía a nada en el universo del cine, aquí (por lo abigarrado de su diseño de producción, por lo barroco de sus chistes y aún por lo colorido de su fotografía) recuerda la obra de los extravagantes Marc Caro y Jean–Pierre Jeunet, dos genios que se perdieron en el glamur hollywoodense. Esperemos que a Anderson no le suceda lo mismo.

La historia es simple pero con recursos narrativos complejos: una muchacha llega hasta la estatua de un escritor y abre un libro. La voz narrativa se traslada al escritor que comienza a contar cómo se hizo de esta historia. La voz narrativa se va ahora hasta él mismo, pero cuando era joven y conoció al dueño del Hotel Budapest. La voz narrativa es ahora la del envejecido poseedor de este hermoso palacio venido a menos durante los años del comunismo.

No vale la pena hacer cuentas, las voces narrativas al interior del Hotel Budapest son como una muñeca rusa dentro de otra muñeca rusa.

Tal vez sea gracias a una narrativa tan llena de malabares que uno puede creérselo todo y aunque yo no veo la necesidad de tanto brinco, es verdad que Anderson consigue contar cosas tan macabras como el ascenso del nazismo con buen humor. No es poco, aunque el humorismo de pastelazo a veces trabaja en detrimento de la fuerza simbólica que tienen otras películas que cuentan más o menos lo mismo. Underground, por ejemplo, que mencionaba atrás.

A mí la película me gustó aunque entiendo que no es un filme para todos. Tiene el sabor azucarado de uno de esos pastelitos que suelen empalagar. Una gotita de sabor amargo no le hubiese venido mal. Como sea, la historia es lo de menos, la forma es lo de más. Si no entiende uno todo lo que murió con El Imperio poco importa el cuento de este botones que se adueña del Gran Hotel Budapest.
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The Grand Budapest Hotel (El Gran Hotel Budapest). Dirección: Wes Anderson. Guión: Wes Anderson basado en trabajos de Stefan Zweig. Música: Alexandre Desplat. Fotografía: Robert D. Yeoman. Con Ralph Fiennes, F. Murray Abraham, Adrien Brody y Jude Law. Estados Unidos, Alemania, 2014.

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