jueves, 29 de mayo de 2014

El infierno del ego

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

Desde el título, Berberian Sound Studio es una película difícil de aprehender. No es que sea difícil de ver, al contrario, es divertida y vista en forma superficial parece un capítulo de La dimensión desconocida, pero es más.

Un inglés experto en efectos sonoros viaja a Italia para trabajar con un director tipo Mario Bava en cruza con Dario Argento. El inglés, por su parte, es como una caricatura de Hitchcock. Efectivamente, Berberian Sound Studio es un encuentro entre el gore y el misterio, entre el humor inglés y el humor italiano.

El inglés, claro, es flemático y bien educado, pero cuando trabaja en Italia (que tanto se parece a México) termina enloquecido… o peor. Es como si Hitchcock se hubiese venido a México a trabajar videohomes: ¡el infierno! Así es, Berberian Sound Studio en sus enredos narrativos, en sus golpes de trama y sobre todo en sus efectos sonoros es más que un cine que busca de manera instantánea el culto de los apasionados del cine de terror. Berberian Sound Studio es más que el cine de un director tan arrogante que se está burlando de los directores arrogantes. Esta película habla del cine desde el cine, del arte desde el arte, del infierno desde el infierno. ¿De dónde viene este hombre? ¿A dónde va? ¿Acaso el filme es solamente la exaltación romántica del arte de los diseñadores de audio? Yo creo que no. Strickland reenfoca las artes audio-visuales subrayando lo importante del audio en la construcción de imágenes para mostrar la importancia de las imágenes en la construcción de ideas. Conforme el inglés consuma su descenso voluntario hacia esta “industria” de cine, la palabra “infierno” se resignifica. Strickland está dando el salto cualitativo desde el “cine de misterio” hacia el cine “mistérico” (que es otra cosa). Solo autores como Buñuel o los hermanos Coen han hecho algo así.


Qué es lo que sucede en la diégesis (esto es, en la fábula) es algo que el guionista y director han dejado para que cada quien lo reflexione y lo discuta (si es que tiene la fortuna de tener a un cinéfilo cerca). ¿Acaso el protagonista es, como sugiere la publicidad y el tráiler, un esquizofrénico? Tal vez. Las alucinaciones auditivas, efectivamente, están relacionadas con imágenes que a su vez producen ideas delirantes, miedos insanos, pero no. Yo creo que Berberian Sound Studio es todavía más. ¿Por qué de pronto el inglés que no sabe una gota de italiano aprende a hablar italiano? ¿Por qué el hombre que se enternecía con las cartas bucólicas de mamá de pronto se presta al juego de la tortura? ¿Por qué el hombre no escapa cuando puede? ¿Por qué se encuentra encerrado, doblado, sobre sí mismo? El infierno es, como decían los medievales, un sitio al que se pertenece voluntariamente. Esta es, creo, la razón por la que el diálogo en torno a Dios, hacia el final de la película, es tan importante. El “infierno” del cine gore es real en muy diversos sentidos. Es real porque, como saben los psicóticos, los sonidos producen imágenes y las imágenes producen ideas infernales en las que no habitan ni la belleza ni Dios.

viernes, 23 de mayo de 2014

Entre amor y perversión

Por: Fernando Zamora

@fernandovzamora

Que el amor es un crimen perfecto es una idea romántica que pega bien con esta película: L'amour est un crime parfait. La historia de un profesor de literatura sirve como pretexto para explorar el fenómeno del amor, entre otras cosas porque el hombre se sabe la cita perfecta y, sobre todo, tiene la actitud de saber qué hacer para que sus alumnas toquen el Parnaso.

Pero las cosas se complican, claro. Y es aquí donde se encuentra uno con el arte de los herma- nos Larrieu, quienes han adaptado una exitosa novela de Philippe Dijan para darle a su cine un toque Hitchcock en locaciones suizas: las cabañas de madera en que truena el fuego ilustran bien la ambigüedad que se mueve entre lo inocente y lo perverso. Philippe Dijan es autor de la novela original. Y vale la pena subrayarlo porque en 1986 escribió una de las más hermosas películas en torno al complejo fenómeno del amor: Betty Blue o 37 grados por la mañana. Si hay un autor capaz de mostrar al amor en sus facetas deformes, ese es Philippe Dijan.


Y puede que Betty Blue sea un paradigma difícil de superar, pero El amor es un crimen perfecto tiene lo suyo, sobre todo por aquello del suspenso en torno al cual gira el diseño de producción: tono, música, ritmo, y la belleza de esas protagonistas femeninas que enloquecen a un hombre de letras que ha despertado tarde al amor.

De Philippe Dijan, los hermanos Larrieu han conservado el retrato de una psique conflictiva y romántica. Y lo recrean tan bien que uno es capaz de pasar por alto ciertas inconsistencias en el guión porque, a fin de cuentas, lo que aquí importa es sumergirse en el amplio panorama de un filme que a veces tiene carácter de sueño sexual.

Marc es profesor de literatura en la universidad de Lausana. Como los suizos, todo mundo lo sabe, no tienen la moral cerrada de, digamos, los estadunidenses, a nadie le preocupa demasiado que el profe dedique buena parte de su tiempo a coleccionar relaciones con sus alumnas. Por otra parte, Marc vive con una hermana con la que mantiene una relación, digamos, ambigua. Hasta aquí, normal. La cosa se pone interesante cuando la última conquista desaparece y todas las sospechas comienzan a caer, claro, sobre el maestro seductor. Es aquí donde entra el arte que enseñó Hitchcock en el cine: los personajes mienten, niegan cosas que nosotros, en tanto espectadores, hemos visto y, en los mejores momentos de la película, nos hacen dudar incluso de nosotros mismos.

Gracias en parte a la genial actuación de Mathieu Amalric, este profesor de literatura francesa que se mueve a voluntad entre las frases amorosas del cliché y las frases que de verdad enamoran a las jovencitas que le buscan la cara por los pasillos, gracias en parte a la novela de uno de los escritores de thriller francés que más conocen lo retorcido del alma humana cuando está enamorada, El amor es un crimen perfecto resulta perfecta para reflexionar en torno a los límites entre amor y seducción.
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FICHA TÉCNICA: 
El amor es un crimen perfecto (L'amour est un crime parfait). Dirección: Arnaud Larrieu y Jean–Marie Larrieu. Guión: Philippe Djian, Arnaud Larrieu y Jean–Marie Larrieu. Fotografía: Guillaume Deffontaines. Con Mathieu Amalric, Karin Viard, Maïwenn, Sara Forestier y Denis Podalydes. Francia, Suiza, 2013.

viernes, 16 de mayo de 2014

La ambigüedad de la violencia

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

Un toque de pecado de Zhangke Jia hila cuatro historias en torno a una violencia seca y a menudo trivial. El tema en el Festival de Cannes resultó por supuesto un éxito. Tanto que al director le entregaron la presea como guionista. Y yo en mi papel de preguntón profesional me digo: ¿será que Cannes sigue premiando sus propios prejuicios? Puede que sí. Un toque de pecado es el mosaico de un país en que el capitalismo salvaje (sistema mixto le llaman los chinos) ha dado al pueblo más miseria que progreso. Ya se sabe que esa clase de discursos pega bien en Cannes, así que ¡tenga su premio!

De las cuatro historias la primera es sin duda la mejor, entre otras cosas porque encuentra uno influencias de Dostoievski. Zhangke Jia parece querer analizar el alma humana desde el sinsentido del mal. Así, cierto caballo golpeado sin compasión (que remite directamente al caballo en el sueño de Raskólnikov) no tiene otro propósito que “denunciar” al mal por el mal mismo. Se trata de un mal muy romantizado que se elabora en cuatro historias que están más al servicio de impresionar a cierto público que a explorar el porqué de la violencia humana.

En las otras tres historias es fácil perderse. ¿La violencia es producto de la alienación? ¿Del cambio de sistema? ¿Del mal por el mal mismo? Si ésta fuese la respuesta los personajes tendrían algo del protagonista del No matarás de Krzysztof Kieslowski aunque la diferencia estriba en el tono: el director polaco se hacía una pregunta poética y no, como aquí, elegiaca.

Modernidad, dicen los antropólogos, no es que un país pueda vender lo que le venga en gana, regulado tan solo por el mercado. En un país moderno el arte y la investigación científica son libres de la moral políticamente reinante y es en este sentido que Un toque de pecado resulta importante (tal vez por eso cierra la desangelada 56 Muestra Internacional de Cine). Es una crítica sin velos que no ha sufrido censura del gobierno.

La fotografía es deliciosa: sobre el cielo gris de contaminación e invierno, los rostros asiáticos se ven más hermosos, los colores resaltan y uno penetra la psique de un creador que sabe que ver morir divierte cuando se filma con elegancia. El comentario social es el más complicado de definir (y es claro que hay un comentario social). Zhangke Jia está evidenciando tal vez que en el estado actual de las cosas en China cualquiera de esas cuatro historias podría suceder en otra parte del mundo, así que bienvenidos a la globalización. Un infierno. Violencia por la violencia misma. Cuando despertamos, el caballo de Raskólnikov seguía aquí.

Uno busca el comentario social porque la violencia que une este mosaico chino está lejos de ser una farsa o un divertimento como los de Tarantino o el maestro Chan-wook Park, en cuya violencia era inútil detenerse porque era gratuita y hermosa o, mejor, era gratuita justamente por hermosa. Aquí no. Los asesinatos salpican y uno termina preguntando: ¿por qué? La respuesta, creo, es ambigua. Tan ambigua como esa China que tanta curiosidad sigue causando en Occidente.
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FICHA TÉCNICA:
 Un toque de pecado (Tian zhu ding). Dirección: Zhangke Jia. Guión: Zhangke Jia. Música: Giong Lim. Fotografía: Yu Likwai. Con Wu Jiang, Lanshan Luo y Li Meng. China, 2013.

viernes, 9 de mayo de 2014

Encrucijada

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

En todo proceso de crecimiento llega la encrucijada. Hoy el cine mexicano está en una muy particular. Acaban de estrenarse dos películas que marcan caminos distintos para el futuro de nuestro cine. Por una parte está Obediencia perfecta, película elogiada por su tema aún antes de estrenarse. Al otro lado del espectro está César Chávez, la historia de un personaje que tristemente muy pocos mexicanos conocen. Alentados por el morbo, los cinéfilos pues… ¿qué van a hacer? Correr a ver la película sobre lo que ya todos saben. Lo malo no es eso, claro, lo malo es que Obediencia perfecta es una película tan engañosa como el personaje que dice retratar. ¿Cómo? Promete contar una historia que nunca cuenta. Por donde se le vea Obediencia perfecta es una película tramposa; por donde se le vea César Chávez es una película honesta. Y más. Es una película en que Diego Luna se consolida como uno de los mejores directores del cine nacional.

Y es que con ideas artísticas no es necesario apostar por el morbo para engañar al respetable. Al contrario. Hay que hacer como Luna: apostar por un buen guión, por una historia de importancia política que se cuenta afrontando las consecuencias ante el poder. Hay que decir cosas incómodas y no verdades que todos saben. Hay que apostar, como Luna, por actores bien dirigidos, por un diseño de producción impecable. En sus mejores momentos, César Chávez recuerda el Gandhi de Richard Attenborough.

En toda cinematografía hay listos que se sientan en la silla que pone “director” subidos en el escándalo. Baste recordar la fama que dio al Crimen del padre Amaro la publicidad anticlerical. La diferencia entre El crímen… y Obediencia perfecta es, claro, que la primera es magnífica y la segunda no tiene ni guión, ni actuación, ni mucho menos valentía para cumplir lo que promete. Por otra parte, ya el crítico Ernesto Diez Martínez ha demostrado que en México los curas muy malos lejos de ser “denuncia” son un lugar común, así que en la encrucijada entre el cine que vende escándalo y el cine que vende arte creo sinceramente que Diego Luna, todo el equipo de Canana y Televisa (Emilio Azcárraga Jean fue productor ejecutivo) han escogido el lado correcto, el de un cine que se solidariza de verdad con los oprimidos y no que dice que se solidariza cuando lo que está pretendiendo es medrar.

Porque si un artista dice que va a documentar la historia reciente y si para hacerlo decide utilizar a un personaje público, creo que debería tener el valor de hacerlo de frente y no con menciones veladas a la prensa de espectáculos. Dices: “esta es una película de César Chávez” y no “esta es la película de ese señor cuyo nombre y vida no queremos tocar.” Es importante la honestidad, sobre todo cuando el arte se vuelve político, cuando quiere denunciar. Si Obediencia perfecta tuvo mayor recaudación en taquilla durante su semana de estreno y no César Chávez, debe ser porque es el morbo quien sigue llenando las salas del cine nacional.
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FICHA TÉCNICA:
César Chávez. Dirección: Diego Luna. Guión: Keir Pearson y Timothy J. Sexton. Música: Michael Brook. Fotografía: Enrique Chediak. Con Michael Peña, John Malkovich, Kate Winslet, Josh Brolin, Gattlin Griffith y Michael Cudlitz. Estados Unidos, México, 2014

viernes, 2 de mayo de 2014

Del fin del imperio

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

El Gran Hotel Budapest es una película rara. Y lo raro incluye lo mejor… y lo peor. Que cada quien decida pues hay que ver esta película, entre otras cosas, porque Anderson consolida en ella ese estilo suyo hecho de escenas que más deben a la caricatura que al cine o la televisión. Lamento constatar, sin embargo, que el director a veces se imita. Hay una carta de amor como aquella que escribía el muchachito en Moonrise Kingdom. Misma situación, misma carta. Pareciese falta de inspiración.

El Gran Hotel Budapest está vagamente inspirada en historias de viaje de Stefan Zweig. Si alguien comparte con él nostalgias por el Imperio (conozco a más de uno), la película le gustará. Después de todo, el guión es un amplio elogio del espíritu de aquel tiempo de reyes bigotones; es imagen de una civilización frívola de tan profunda.

Y es en este sentido que Hotel Budapest recuerda aquel Underground de Kusturica, aunque (hay que decirlo) Underground llevaba la tragedia del fin del imperio hasta sus últimas consecuencias, mientras que Hotel Budapest se queda en la superficie de una farsa inútil pero divertida.

Por otra parte, si en Moonrise Kingdom Wes Anderson había conseguido una voz que no se parecía a nada en el universo del cine, aquí (por lo abigarrado de su diseño de producción, por lo barroco de sus chistes y aún por lo colorido de su fotografía) recuerda la obra de los extravagantes Marc Caro y Jean–Pierre Jeunet, dos genios que se perdieron en el glamur hollywoodense. Esperemos que a Anderson no le suceda lo mismo.

La historia es simple pero con recursos narrativos complejos: una muchacha llega hasta la estatua de un escritor y abre un libro. La voz narrativa se traslada al escritor que comienza a contar cómo se hizo de esta historia. La voz narrativa se va ahora hasta él mismo, pero cuando era joven y conoció al dueño del Hotel Budapest. La voz narrativa es ahora la del envejecido poseedor de este hermoso palacio venido a menos durante los años del comunismo.

No vale la pena hacer cuentas, las voces narrativas al interior del Hotel Budapest son como una muñeca rusa dentro de otra muñeca rusa.

Tal vez sea gracias a una narrativa tan llena de malabares que uno puede creérselo todo y aunque yo no veo la necesidad de tanto brinco, es verdad que Anderson consigue contar cosas tan macabras como el ascenso del nazismo con buen humor. No es poco, aunque el humorismo de pastelazo a veces trabaja en detrimento de la fuerza simbólica que tienen otras películas que cuentan más o menos lo mismo. Underground, por ejemplo, que mencionaba atrás.

A mí la película me gustó aunque entiendo que no es un filme para todos. Tiene el sabor azucarado de uno de esos pastelitos que suelen empalagar. Una gotita de sabor amargo no le hubiese venido mal. Como sea, la historia es lo de menos, la forma es lo de más. Si no entiende uno todo lo que murió con El Imperio poco importa el cuento de este botones que se adueña del Gran Hotel Budapest.
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The Grand Budapest Hotel (El Gran Hotel Budapest). Dirección: Wes Anderson. Guión: Wes Anderson basado en trabajos de Stefan Zweig. Música: Alexandre Desplat. Fotografía: Robert D. Yeoman. Con Ralph Fiennes, F. Murray Abraham, Adrien Brody y Jude Law. Estados Unidos, Alemania, 2014.