viernes, 21 de febrero de 2014

Arte y experimentos

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

Según anuncia el boletín de Matar extraños, la idea de los directores es “poner en escena una revolución”. Con esta palabra se entiende no solo el levantamiento de 1910; Nicolás Pereda y Jacob Schulsinger están hablando de una revolución estética. Si los autores revolucionan al cine o no, es algo que el público puede averiguar apenas se estrene, a mí me corresponde ponerla en contexto y para ello la encuentro acorde con el experimento fílmico de Oliver Debroise que se llamó Un banquete en Tetlapayac. Tanto en Un banquete… como en Matar extraños,  los autores batallan por romper con los convencionalismos y se unen, con este hecho, a una larga tradición de ruptura de tradiciones. Cuando se encienden las luces de la sala uno no sabe si los autores llegaron a este resultado (que por cierto, ha dado un giro en el circuito de festivales del mundo) porque se les acabaron las ideas, porque se les acabó el dinero, o ambas cosas. Las escenas que se rodaron para hacer el casting fueron armadas en forma más o menos aleatoria para hacer toda la película.

Si uno piensa que la casualidad puede hacer arte, que vea Matar extraños. Hay una secuencia en que, como parte del casting, un actor cuenta en primera persona (y clave trágica) el argumento de Mi pobre angelito. Suena el celular; el actor se levanta, contesta. Entendemos entonces que sigue actuando: la “revolución” se ha trasladado desde la realidad histórica hasta la ficción. En otra escena, otro actor recita la letra de “Revolution” de los Beatles aunque, claro, con pompa y circunstancia; a punto de llorar.

La fotografía, la reiteración, la lentitud de esta película nos permiten adivinar las influencias de los cineastas: Maya Daren, Godfrey Reggio, Dziga Vertov. El “cine ojo” sigue vivo en el anhelo experimental de estos jóvenes directores que han hecho todo para sacar adelante su proyecto. El deseo de filmar es, a menudo, más agudo que la sensatez.

En este espacio no vale la pena atacar películas como Matar extraños. Suficientemente compleja es la vida del cineasta necesitado de espacios. Además, sobran las columnas que solo maquilan opiniones a favor de la película en turno, esos churros hollywoodenses que Estados Unidos espeta en toda pantalla nacional. Matar extraños tiene la virtud de mostrar que hay otro cine que sigue buscando “algo”. Mientras haya arte habrá experimentación.

Matar extraños es un experimento visual que explora las fronteras entre el cine y el ensayo, entre el cine y el teatro, entre el cine y la realidad. Si el arte cinematográfico no estuviese tan manoseado por el gran capital, probablemente estaríamos llenos de experimentos así; tantos como hay en las artes plásticas. En la pintura, por ejemplo, el comercialismo se manifiesta a través de una experimentación descocada y, a menudo, carente de sentido, pero en el cine sucede lo contrario: los experimentos fílmicos navegan contra la corriente del capital.

Matar extraños es una película excéntrica y en lo excéntrico está a menudo la semilla del arte.
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FICHA TÉCNICA


Matar extraños. Dirección: Nicolás Pereda y Jacob Schulsinger. Guión: Nicolás Pereda y Jacob Schulsinger. Música: Bo Rande. Fotografía: Nicolás Pereda y Jacob Secher Schulsinger. Con Gabino Rodríguez y Tenoch Huerta. México, Dinamarca, 2013.

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