viernes, 17 de enero de 2014

El tigre que vuelve a la montaña

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

Repetir que El Gran Maestro es la historia del entrenador de Bruce Lee es mentir un poco. Aquél “Hombre Ip” del más famoso artista marcial, fue tantas cosas que el haber entrenado a ese niñito de la escena final es un pretexto mercadotécnico. El Gran Maestro es muchas cosas más.
Para comenzar, es la nueva película de Wong Kar–Wai, uno de los directores más importantes en la historia del cine. Es, además, un paso adelante en la búsqueda que comenzó al separarse de su fotógrafo Christopher Doyle.

La elegancia de Wong pareciera estancarse al principio. Da por sentado que conocemos tan bien la historia de China que sabemos todo sobre la ancestral rivalidad entre los clanes del norte y los clanes del sur. Si la única información que tenemos sobre China viene de Kung Fu Panda, corremos el riesgo de encontrar aquí una sarta de lugares comunes. Pero ojo, los lugares comunes solo preocupan al más común de los espectadores contemporáneos y es claro que Wong Kar–Wai está dialogando con la historia del cine y el arte chinos.

Como sea, cuando la película se adentra en terrenos más conocidos en la cultura occidental (La Segunda Guerra Mundial y la invasión de Japón) la cosa comienza a volverse más clara y uno entiende mejor la forma en que Wong enlaza su historia con la historia del mundo. La diferencia entre el primer Wong Kar–Wai (el de In The Mood for Love y Happy Together) y el de una búsqueda más narrativa es notoria en una de las escenas más brillantes de la película: un entierro que en el cine solo tiene parangón en dramatismo con el entierro del hijo de Barry Lyndon. La diferencia es ésta: que nunca pensé que podría comparar a Wong Kar–Wai con nadie. Era tan absolutamente original, tan sin influencias. Sin embargo, ha sido en esta búsqueda por pasar de un cine que es ante todo visual hacia un cine que también es narrativo, que descubrimos su gusto por Kubrick, por Kurosawa y claro, por la tradición del cine de artes marciales, desde Operación Dragón hasta Crouching Tiger, Hidden Dragon.

Donde sin duda Wong Kar–Wai sigue siendo el mismo es en la gran escena de amor. Esto es ópera. Ópera china y ópera occidental. Se entrelazan las voces, un efecto que pareciera sencillo, pero que requiere de habilidad: “decir que no te arrepientes de nada en la vida es engañarte a ti mismo, qué aburrida sería la vida sin arrepentimientos”, dice ella. “Tu vida ha sido una ópera,” dice él, “lástima que no hayas visto más allá de tu papel.” En la forma en que se entrelazan los puntos de vista es justo reconocer todo lo que Wong Kar–Wai ha cambiado. No, ésta no es la historia del maestro de Bruce Lee, es una historia de amor en la que, como en toda gran historia de amor, solo importan dos polos: el del principio y el del final. Todo lo que hay en medio es un deleite visual: batallas, historia china y Kung Fu. Wong ha bebido sin duda del cine estadounidense, pero como también dicen aquí, “el tigre siempre vuelve a la montaña”. Debe ser cierto: Wong Kar–Wai ha vuelto a China.
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FICHA TÉCNICA:


El Gran Maestro (Yi dai zong shi). Dirección: Wong Kar–Wai. Guión: Wong Kar–Wai y Jingzhi Zou. Música: Nathaniel Méchaly y Shigeru Umebayashi.  Fotografía: Philippe Le Sourd. Con Tony Leung Chiu Wai y Ziyi Zhang. China, 2014.

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