viernes, 24 de enero de 2014

Nueva generación americana

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

David O. Russell saltó del cine independiente neoyorquino (que merece una historia aparte en las muchas corrientes del arte visual estadounidense) al mainstream con una serie de películas en las que poco a poco ha ido refinando su sentido del humor. American Hustle es, en este sentido, su obra más acabada. Los temas que le inquietan aquí están: la relación madre–hijo, la historia de Estados Unidos y el destino de las clases trabajadoras. La forma en que Russell trata estos temas es novedoso. Hay ironía, pero no crueldad.

Ha pasado tiempo desde que la crítica comenzó a poner los ojos en David O. Russell, particularmente gracias a Spanking the Monkey, una película fuerte y medio incestuosa que francamente parecía lejos de la moral políticamente reinante en la industria. El año pasado, sin embargo, con Silver Linings fue obvio que Russell se había convertido ya en una suerte de Almodóvar estadounidense que en lo absurdo de las contradicciones del sistema, se permitía hacer crítica social aunque sin moralismos chabacanos ni juicios sumarios. Lo suyo es la pertinencia del artista que ha aprendido a mirar.

Tanto en Silver Linings como en American Hustle, Russell desarrolla el carácter cosmopolita de un país en el que conviven tantas culturas en una amalgama hilarante.

American Hustle es la historia de un estafador, de esos que adora el público estadounidense. En este sentido, el Oscar parece ser un buen escaparate para detectar las filias y las fobias de la clase media y urbana en Estados Unidos. Tanto en Wolf of Wall Street como en American Hustle, hay una ácida crítica al sistema bancario, aunque tengo la impresión de que la de David O. Russell es menos descarnada, le gustan más sus criaturas. El estafador de American Hustle es interpretado por Christian Bale, aquel muchachito que actuó en el Enrique V de Kenneth Branagh. Bale parecía haber cambiado una prometedora carrera como artista histriónico para ganarse millones haciendo de Batman. La verdad, desde Enrique V, esta es su mejor película y, con altas y bajas, es un excelente actor. El guión está escrito con tan buen oficio que engancha al público desde los primeros minutos con la presentación de un personaje adorable, lleno de guiños que hacen que nos identifiquemos con él. También está, claro, la despampanante Jennifer Lawrence, quien ha comenzado a volverse marca de agua del director. En Silver Linings Lawrence hizo un papel similar al de American Hustle: una enloquecida mujer blanca con carácter y profundidad. El año pasado Jennifer Lawrence ganó el Oscar como mejor actriz por su actuación en Silver Linings, este año ganó el Globo de Oro como mejor actriz de soporte.

American Hustle es una comedia ligera en la que David O. Russell, Jennifer Lawrence y Christian Bale se consolidan como una nueva generación de artistas hollywoodenses, una generación que tiene nuevos retos, nuevos problemas e historias y necesita, por tanto, también hacerse de nuevos creadores.
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FICHA TÉCNICA:
American Hustle (Escándalo americano). Dirección: David O. Russell. Guión: Eric Warren Singer y David O. Russell. Música: Danny Elfman. Fotografía: Linus Sandgren. Con Jennifer Lawrence, Amy Adams, Christian Bale, Bradley Cooper y Jeremy Renner. Estados Unidos, 2013.

viernes, 17 de enero de 2014

El tigre que vuelve a la montaña

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

Repetir que El Gran Maestro es la historia del entrenador de Bruce Lee es mentir un poco. Aquél “Hombre Ip” del más famoso artista marcial, fue tantas cosas que el haber entrenado a ese niñito de la escena final es un pretexto mercadotécnico. El Gran Maestro es muchas cosas más.
Para comenzar, es la nueva película de Wong Kar–Wai, uno de los directores más importantes en la historia del cine. Es, además, un paso adelante en la búsqueda que comenzó al separarse de su fotógrafo Christopher Doyle.

La elegancia de Wong pareciera estancarse al principio. Da por sentado que conocemos tan bien la historia de China que sabemos todo sobre la ancestral rivalidad entre los clanes del norte y los clanes del sur. Si la única información que tenemos sobre China viene de Kung Fu Panda, corremos el riesgo de encontrar aquí una sarta de lugares comunes. Pero ojo, los lugares comunes solo preocupan al más común de los espectadores contemporáneos y es claro que Wong Kar–Wai está dialogando con la historia del cine y el arte chinos.

Como sea, cuando la película se adentra en terrenos más conocidos en la cultura occidental (La Segunda Guerra Mundial y la invasión de Japón) la cosa comienza a volverse más clara y uno entiende mejor la forma en que Wong enlaza su historia con la historia del mundo. La diferencia entre el primer Wong Kar–Wai (el de In The Mood for Love y Happy Together) y el de una búsqueda más narrativa es notoria en una de las escenas más brillantes de la película: un entierro que en el cine solo tiene parangón en dramatismo con el entierro del hijo de Barry Lyndon. La diferencia es ésta: que nunca pensé que podría comparar a Wong Kar–Wai con nadie. Era tan absolutamente original, tan sin influencias. Sin embargo, ha sido en esta búsqueda por pasar de un cine que es ante todo visual hacia un cine que también es narrativo, que descubrimos su gusto por Kubrick, por Kurosawa y claro, por la tradición del cine de artes marciales, desde Operación Dragón hasta Crouching Tiger, Hidden Dragon.

Donde sin duda Wong Kar–Wai sigue siendo el mismo es en la gran escena de amor. Esto es ópera. Ópera china y ópera occidental. Se entrelazan las voces, un efecto que pareciera sencillo, pero que requiere de habilidad: “decir que no te arrepientes de nada en la vida es engañarte a ti mismo, qué aburrida sería la vida sin arrepentimientos”, dice ella. “Tu vida ha sido una ópera,” dice él, “lástima que no hayas visto más allá de tu papel.” En la forma en que se entrelazan los puntos de vista es justo reconocer todo lo que Wong Kar–Wai ha cambiado. No, ésta no es la historia del maestro de Bruce Lee, es una historia de amor en la que, como en toda gran historia de amor, solo importan dos polos: el del principio y el del final. Todo lo que hay en medio es un deleite visual: batallas, historia china y Kung Fu. Wong ha bebido sin duda del cine estadounidense, pero como también dicen aquí, “el tigre siempre vuelve a la montaña”. Debe ser cierto: Wong Kar–Wai ha vuelto a China.
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FICHA TÉCNICA:


El Gran Maestro (Yi dai zong shi). Dirección: Wong Kar–Wai. Guión: Wong Kar–Wai y Jingzhi Zou. Música: Nathaniel Méchaly y Shigeru Umebayashi.  Fotografía: Philippe Le Sourd. Con Tony Leung Chiu Wai y Ziyi Zhang. China, 2014.

viernes, 10 de enero de 2014

Amores de entrelazamiento cuántico

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

Antes de que Cronenberg se volviera convencional, hacía películas como The Brood: antipsicoanálisis, horror y hasta ciencia ficción se mezclaban en una historia que nos mantenía al borde del asiento con el morbo de esos niños que, entre asqueados y fascinados, juegan con un insecto. Shane Carruth, autor de Upstream Color (“autor” aquí adquiere nuevas connotaciones: no hay puesto creativo en el que Carruth no haya sido cabeza) tiene otras referencias. Y es que fanáticos de Cronenber sobran, lo importante, en todo caso, es honorar al maestro y trascenderlo: ser teólogo como Terrence Malick y contar terribles historias de amor como Atom Egoyan.

Lleno de obsesiones del sur de los Estados Unidos, Carruth no solo toca temas religiosos. Como Mallick, da por descontado que su público tiene, al menos, la disposición de hacerse preguntas como ésta: Y si Dios fuese en realidad el Diablo, ¿qué?

Ganador del Premio Especial del Jurado en el Sundance Film Festival, Carruth no ha dejado atrás su carrera de ingeniero informático. Se la trajo toda con él. Gracias a esto ha podido llenar su cine de un futurismo con toques de Teoría Cuántica: si divido el alma de una persona como divide un físico los electrones, ¿es posible manejar una de las partes manipulando la otra? ¡Entanglement!
Bloom suele decir a los aspirantes a escritor que si no están dispuestos a medirse con Homero mejor que se dediquen a cosas más rentables. Carruth se mide con el gran cine. Y para ello no necesita un blockbuster. Basta con que su público lego teclee en Wikipedia el concepto “Entrelazamiento cuántico” para que entienda que la obra de Carruth es una historia de ciencia ficción que más debe a las preguntas filosóficas de Stanley Kubrick que a los fuegos artificiales de Steven Spielberg. La historia, claro, tiene diversos niveles de lectura. En el más básico hay un hombre capaz de transmitir ese cúmulo de información que llaman “alma” de un cuerpo humano a un cerdo. Es aquí donde comienza el entanglement. Y la intriga. Y la historia de amor.

¿Acaso este porquerizo del sur, obsesionado como Carruth con la creación de arte musical basado en sonidos cotidianos, es uno de esos crueles dioses griegos que manipulaban a sus criaturas? ¿Acaso a la muerte de Dios, el Diablo se adueñó del mundo y ha hecho de él un corral? No es que estas preguntas vengan a la mente con gratuidad, Upstream Color tiene todo para hacer que el espectador se meta en un viaje de hermenéutica, drogas, gusanos y personalidades que se desvanecen en el complejo de Frankenstein. Aún la más pueril de las lecturas de Carruth inquieta y fascina, entre otras cosas, porque la película ha sido entretejida con una intensa historia de amor. Si los protagonistas están locos es algo que el espectador tiene que decidir, pero su amor es obsesivo y enfermizo, destructivo como el de los protagonistas de Barfly, desmedido como el de los amantes de Léos Carax en Les Amants du Pont–Neuf y, en sus mejores momentos, tan tierno, romántico y tanático como el de la exaltada Betty Blue.
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FICHA TÉCNICA:
Upstream Color. Dirección: Shane Carruth. Guión: Shane Carruth. Música: Shane Carruth. Fotografía: Shane Carruth. Con Shane Carruth, Amy Seimetz, y Andrew Sensenig. Estados Unidos, 2013.


viernes, 3 de enero de 2014

Sin perdón de Dios

Por: Fernando Zamora
@fernandovzamora

Que solo Dios perdona me lo enseñó la abuela cuando estudiaba el catecismo. Y perdona, decía, pero no olvida. Only God Forgives, nominada a la Palma de Oro, echa mano de todo fuego artificial para dar rienda suelta a la violencia. Y sí, en Cannes gusta la violencia, pero no le gusta que la tomen por garantizada. Si uno mira bien las películas que ganan la Palma de Oro, notará que el jurado no perdona fácilmente la violencia gratuita. Buenas noticias para los que en México buscan desesperadamente llamar la atención del jurado con tanta sangre como poca imaginación. El danés Nicolas Winding Refn ha querido asustar al mundo con una trama que salta de violencia en violencia sin la gracia de Tarantino ni el sentido del humor de Jackie Chan. En resumen, la crítica lo recibió fríamente y como últimamente los directores se sienten consagrados cuando los abuchean, la gente salió de la sala sin otro ruido que el de los zapatos pisando palomitas.
Dinamarca, Tailandia, Francia, Estados Unidos y Suecia apostaron por esta historia en torno a un policía secreto que, con pocos escrúpulos, se filtra en la mafia para matar. El cinismo suscribe aquello de “el fin justifica los medios”, pero tengo la impresión de que el público no. Después de la tercera cabeza volada uno comienza a preguntarse dónde quedaron aquellas hermosas películas de gánsteres en que los malos vivían atormentados por dilemas éticos.

La gran tradición fílmica de los Estados Unidos gira en torno a los ambiguos personajes mafiosos. Winding Refn, sin duda, se ha alimentado de cuanto cine de gánster ha caído en sus manos, sin contar, claro, una que otra película asiática de esas de mucha garra y mucha pintura roja. El resultado, por desgracia, carece de encanto aunque hay que decir en descargo del filme que dos o tres momentos visuales valen la pena, el todo fastidia.

En 2011, Drive fue nominada al Oscar, a los premios Bafta y a ochenta preseas más. En aquel momento, Refn era una luminaria que prometía cine para rato. Solo Dios perdona, por desgracia, decepciona. Y lo peor, no decepciona tanto a los amantes del cine violento y cínico. Decepciona justamente a quienes pensaron que había nacido un Tarantino danés.

Confundido entre el arriba y el abajo, Winding Refn vuelve a Cannes con personajes ambiguos, de esos de los que uno no sabe qué esperar. Vithaya, uno de los personajes principales, juega en uno y otro bando. Y el problema no es ese. El gran cine está hecho de personajes indeterminados que igual dan un beso que una puñalada. Creo que el principal problema de Winding Refn consiste en que a fuerza de ser cínico, no ha conseguido escribir personajes sólidos ni en sus ambigüedades. Después de la promesa de Drive en el 2011, Refn necesitará volver a caminar un largo trecho para volver a convencer a una producción tan sofisticada y artística como la que consiguió en esta muy fallida película. Tan fallida que dudo que le sea fácil volver a filmar. 
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FICHA TÉCNICA:
 Solo Dios perdona (Only God Forgives) Dirección: Nicolas Winding Refn. Guión: Nicolas Winding Refn. Música: Cliff Martinez. Fotografía: Larry Smith. Con Ryan Gosling, Kristin Scott Thomas, Vithaya Pansringarm, Gordon Brown. Estados Unidos, Francia, Suecia, Dinamarcia, Tailandia. 2013