jueves, 26 de diciembre de 2013

Un delicado platillo japonés

Si alguien quiere degustar las delicias del cine japonés recomiendo que sin duda vea al maestro Hirokazu Koreeda. Desde que en 1995 saltó a la fama con la extraordinaria película Maborosi, se ha establecido como uno de los más refinados artistas del Extremo Oriente.

Lo primero que salta a la vista en Hirokazu Koreeda es una capacidad casi musical para tocar las fibras del gran drama. Y cuando escribo, sin embargo, “drama”, me refiero más a un cuarteto de Beethoven que a un cursi melodrama televisivo. Como Beethoven, Hirokazu Koreeda tiene el don de la introspección, sabe entrar en el corazón humano y, contenido, amante, tierno a veces y nunca cursi, es capaz de hacer vivir a sus criaturas. Tiene todo para ser uno de los cinco o seis mejores directores del cine asiático contemporáneo. No es poco.

La historia de Soshite chichi ni naru (traducida como De tal padre, tal hijo) es lo de menos: un hombre de arrestos empresariales comienza a sospechar que su hijo no es tal. Lo importante va más allá de la anécdota, va hasta la actuación, hasta el plano estético, hasta esa fibra que vibra y vibra de forma que no nos deja nunca siendo los mismos.


De tal padre tal hijo de Koreeda y La vida de Adela de Kechiche fueron, a mi parecer, las grandes estrellas de la pasada emisión de La Muestra Internacional de Cine de la Cineteca. Hoy, De tal padre... está a punto de estrenarse en corrida comercial. Creo que nadie que ame el cine puede perderse estas actuaciones, esta forma de decantar la historia, este gran cine que apuesta no por el cinismo ni el fuego artificial sino por eso que salva al mundo: el arte. La ternura.

En De tal padre..., Koreeda vuelve a encontrarse con sus temas predilectos: el difícil ejercicio de la paternidad que exploró en Nobody Knows y en I wish (Nos Yoeux Secrets). Pero más que la paternidad el tema que une a estos filmes con De tal padre... es el de la infancia perturbada. Cuando somos niños estamos perdidos. Es ese el tema que Hirokazu Koreeda retoma.

Es importante también destacar que la simplicidad, el minimalismo, no están ahí para impresionar o para estar a la moda. Hirokazu Koreeda escoge el lente de la simplicidad para que el conflicto humano y cultural crezca hasta alturas insospechadas. La historia de un hombre y su hijo termina convertida en un estudio antropológico de un Japón ultra-tecnológico en el que cuestiones tan simples como el amor de un hombre por un niño pequeño parecen cosas del pasado. Koreeda, sin embargo, como Beethoven, nos deja con un buen sabor de boca. Un sabor que dice: “Hay esperanza”. 
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FICHA TÉCNICA: Soshite chichi ni naru (De tal padre, tal hijo). Dirección: Hirokazu Koreeda. Guión: Hirokazu Koreeda. Fotografía: Mikiya Takimoto. Con Masaharu Fukuyama, Machiko Ono, Yôko Maki, Rirî Furankî. Japón, 2013

viernes, 20 de diciembre de 2013

Blanca es un Jazmín azul


En la ingente filmografía de Woody Allen, Blue Jasmine es lo que llaman un ave rara. Aquí están el guión redondo, las magníficas actuaciones y una historia que se despega de la frivolidad de sus últimos filmes. Blue Jasmine es una película cruel.

Hace año, Allen acudió a una puesta en escena en el off Broadway para ver A Streetcar Named Desire, clásico de Tennesee Williams. Ahí, lejos de los reflectores de Broadway y de Hollywood, Allen tuvo el privilegio de encontrarse con una verdadera actriz: Cate Blanchett. El crítico teatral del New York Times escribió: “escuchar palabras tan conocidas en forma tan correcta es… es como escucharlas por primera vez.” Algo similar debe haber sentido Woody Allen; tanto que decidió escribir para Blanchett esta nueva aventura fílmica, Blue Jasmine. Y ciertamente, el azar pareciese jugar a favor del director. Hasta el nombre Blanchett, parece conectado, mediante algún ingenio metafísico, con el del personaje clásico de aquel Tranvía llamado deseo. Cate Blanchett interpreta a Blanche Du Bois.

Para no caer en obviedades, Blanchett en el filme se llama, por razones que hay que ver, Blue Jasmine pero hay en ella mucho del personaje de Tennesse William. Blue Jasmine es sin duda una de las películas más serias de Woody Allen, lo cual no obsta para que dos o tres veces venga la sonrisa e incluso, si uno lo permite, tal vez la carcajada.

La trama es un complejo comentario del drama de Williams. Hay en ella la nostalgia de un pasado que no volverá. Y es que Jasmine, socialité de la cultura más frívola del planeta, tiene que ir a vivir con una hermana de la que ha estado distanciada. Su nueva vida cotidiana la agobia y ella, ¿qué va a hacer? Detenida en un mundo que le queda angosto (angosto y angustia tienen la misma raíz), Jasmine libra una batalla perdida contra sí misma.

No soy lector de tarot. No tengo una bola mágica, pero tengo la impresión de que, en el futuro, las películas de Allen más apreciadas serán las piezas, esas que tanto deben a sus amados —y estudiados— maestros nórdicos y rusos. Chéjov, Bergman, están aquí. El público, claro, siempre quiere risas. He estado en salas en las que nomás aparece Allen y, aún antes de que abra la boca o haga un gesto, la gente ya está soltando la carcajada. Encasillado como Jasmine, en un pasado idílico, Allen sabe hacer reír, sin duda, pero como demuestra en obras tan acabadas como Match Point (una purgación de su vida cotidiana y sutil revisión del Ricardo III de Shakespeare), el cineasta neoyorquino tiene deudas que pagar con el cine más exquisito; ese que tiene influencias que sus fanáticos más risueños a menudo no quieren ver.

Williams y Allen. Referencias cruzadas, inspiraciones clásicas. No es que aquí vayamos a ver una reinterpretación, no. Allen no ha caído nunca en la vulgaridad del robo flagrante y es más bien como esos pintores del XIX francés que si encuentran algo interesante lo analizan, lo hacen suyo, lo incorporan a su imaginario y lo transforman. Algo así sucede con Blanche Du Bois que se ha vuelto un Jazmín azul.
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FICHA TÉCNICA: 

Blue Jasmine (Jazmín azul). Dirección: Woody Allen. Guión: Woody Allen. Fotografía: Javier Aguirresarobe. Con Cate Blanchetett, Joy Carlin, y Alec Baldwin. Estados Unidos, 2013.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Nueva exploración de un deseo prohibido

Dans la maison ganó el Festival de Cine de San Sebastián en las categorías de mejor película y mejor guión. El jurado no se equivocó. El filme es una muy fina exploración de un deseo tan escandaloso que Almodóvar (quien ha tocado con soltura el incesto) falló cuando trataba de invocarlo. En La mala educación el director español fracasó cuando trató de tocar el espinoso tema del deseo de un adulto por un menor. La diferencia entre La mala educación y Dans la maison estriba en la contención. El francés construye su discurso con distancia. No se involucra, como Almodóvar, con sus criaturas. Las notas autobiográficas del manchego hacían muy complicadas ciertas interpretaciones del filme, por eso él tuvo que insertarle textos y escenas que decían a las buenas conciencias: “lo que estáis viendo de ninguna manera aprueba este tipo de relación”. Ozon no necesita explicaciones, pero si uno tiene la curiosidad de analizar su obra descubrirá que éste tipo de deseo no le pasa desapercibido.

Además de utilizar una obra de teatro de otro autor, el francés construye aquí un juego de espejos en el que no es clara nunca la frontera entre ficción y realidad. Ozon, además, no siente la necesidad de ser explícito. Ni siquiera en el cortometraje que le dio fama (Une robe d’été de 1996) se sintió obligado a ser demasiado gráfico en la exploración del deseo sexual. Fabrice Luchini interpreta al profesor con muchas tablas e inteligencia: sus afectaciones se mueven todas en un terreno ambiguo en el que uno no sabe nunca si es afeminado, nervioso, cómico o infantil. Fabrice Luchini da vida a un amante de la literatura que se da tiempo para ayudar a su alumno a escribir “fantasías adolescentes”. Gracias a este artilugio narrativo, el director nos ofrece la posibilidad de quedarnos con una comedia de enredos o un thriller y nada más. No es necesario ir más allá de la historia para encontrar aquí una película deliciosa. Sin embargo, si uno tiene la manía de descorrer el telón detrás, verá el deseo latente que en la escena cumbre del filme golpea con esta conciencia: más que de deseo sexual, Ozon está hablando aquí de ternura.

Dans la maison es una de las mejores películas de este director y no es poco. Estamos hablando de uno de los directores más importantes de Francia. Por si fuera poco, todas sus obsesiones están aquí: el deseo, la ternura, la frontera entre realidad y ficción y la función de la literatura en la vida cotidiana. Pareciese que con los mismos elementos con los que creó Swimming Pool el francés estuviese haciendo algo distinto, pero vale la pena detenerse a mirarlas bien. Estas películas son isomorfas. Corresponden con las ideas más profundas del cine de un hombre que no necesita ser escabroso para ser profundo, un narrador que en el deseo exalta más la ternura que la barbarie y que tiene la elegancia de un poeta francés cuando se trata de explorar las fronteras y las aristas del deseo sexual.


FICHA TÉCNICA: Dans la maison (En la casa). Dirección: François Ozon. Guión: François Ozon basado en la obra de teatro de Juan Mayorga. Fotografía: Jérôme Alméras. Música: Philippe Rombi. Con Fabrice Luchini, Ernst Umhauer y Kristin Scott Thomas. Francia, 2012.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Amor sin por qué

Fernando Zamora
@fernandovzamora

He escuchado que críticos de boina dicen que La vie d’Adèle es aburrida y excesivamente larga. Otros se deleitan en el “cine lésbico”. Lo aburrido es una cosa subjetiva, pero vale la pena discutir si dura demasiado y si la ganadora de La Palma de Oro es “cine gay”.

Abdellatif Kechiche ha quitado al cómic de Maroh, activismo político. Al mismo tiempo ha dado a la protagonista diversas clases sociales y culturales. Los largos diálogos en que la protagonista lamentaba su “condición” han desaparecido en la traslación a la pantalla. En cambio el director ha escrito disquisiciones artísticas y literarias. Con ellas, Kechiche trasciende la trama homosexual para introducirse en el universo espiritual de sus protagonistas. Quien ve en La vie d’Adèle “cine gay” me parece moralizante, con independencia de la preferencia sexual de quien le pegue la etiqueta. Y sin embargo, las escenas sexuales son imprescindibles. Sin ellas no podríamos entender el dolor físico de la amante separada del objeto de su afecto. Es por esto, y sólo por esto, que la exploración del director resulta un hito en la historia del cine, porque las escenas explícitas no son un fin, son un medio para narrar. El amor entre Emma y Adèle no está puesto en la pantalla con el objeto de espantar a la burguesía o de hacer sentir bien a las minorías; están ahí porque narrativamente son  necesarias para explorar la psicología de las protagonistas. Es también en este sentido que cobran fuerza las charlas filosóficas. Kechiche se propone a sí mismo como continuador de la gran literatura francesa, esa que ha explorado el deseo femenino desde el corazón de la señora Bovary. El interés psicológico se manifiesta también en el Extremo close up que da continuidad a toda la película. En el amor de las jóvenes actrices podemos ver las incipientes várices, las uñas un poco sucias, los dientes amarillos, el pelo mal cortado. Kechiche auténticamente se pega a la piel de sus actrices. Hubiera sido incongruente obviar las escenas de alcoba, el realizador hubiese traicionado su propia narrativa, su exploración espiritual. Quien se quede en La vie d’Adèle con un “aburrido y largo cine de lesbianas”, probablemente tenga dificultad para apreciar otro tipo de exploraciones psicológicas. Las del Caravaggio, por ejemplo.

Además, Abdellatif Kechiche trasciende la discusión pequeño burguesa, por eso no complace ni a activistas gay ni a moralistas de vieja escuela. En filmes como La Venus noire Kechiche ha demostrado ya que el arte vale más que las idolologías. La vie d’Adèle recrea un chica-encuentra-chica que no obvia ni amor, ni deseo, ni sexo (tres cosas que activistas y moralistas tienden a confundir). La protagonista no necesita ni de filosofía ni de política para desear lo que desea; su amor, como la rosa, es sin-por-qué. Adéle no compensa nada, no sublima nada, no se sirve de nada. Como en el caso de Bovary, de Karenina, de la Nora de Casa de muñecas su deseo sólo está completo en unión con un cuerpo que destruye todo lo banal de la existencia.

FICHA
La vie d’Adèle. Dirección: Abdellatif Kechiche. Guión: Abdellatif Kechiche y Ghalia Lacroix basados en el cómic de Julie Maroh. Fotografía: Sofian El Fani. Con: Léa Seydoux y Adèle Exarchopoulos, Francia, 2013.