jueves, 4 de abril de 2013

Sexo ¿cómo vivir sin él?



Por: Fernando Zamora
Tengo la impresión de que The Sessions nació con vocación de Oscar. Siempre hay un inválido en el Oscar ¿o no? Gaby: A True Story puso en 1988 a Mandoki en los Cuernos de la Luna y su guionista (egresado del CCC) vive de becas desde aquel ya lejano día. My Left Foot consagró a Daniel Day–Lewis y hace dos años, Intouchables (historia de un discapacitado y su cuidador africano) tocó el oro de la preciada estatuilla poniendo a la película francesa en los Globos de Oro, antesala del Oscar.
Helen Hunt por lo pronto consiguió una nominación. Hunt hace a la mujer comprometida que, en aras del servicio social, está dispuesta a meterse en la cama con un hombre inválido. Él lo que más desea en la vida es perder la virginidad. La historia tiene su encanto, claro, si uno está convencido, como los autores del filme, de que no hay nada peor que ser virgen. Ahora, si uno mira bien la premisa y, con un poco de frialdad, encuentra dos o tres puntos de falsa inocencia, poco importa que la historia sea una más de esas “basadas en un caso real”. Peor para la realidad si, en la pantalla, resulta increíble.
Increíble que un sacerdote católico se dé a la tarea de promover la relación sexual. Si a los homosexuales les piden cargar a cuestas “la cruz” de la castidad, ¿qué no dirían a un muchacho parapléjico? Tal vez nuestro sacerdote sea muy del Concilio Vaticano II (tirando ya a un Vaticano III) pero ni con todo y sus greñas largas le creemos que “en el nombre de Jesucristo” organice la aventura de ayudar a un parroquiano a perder su virginidad. Resulta increíble también que la “sexual surrogate” se nos venda aquí no como prostituta de tintes filantrópicos (lo cual sería mucho más divertido, claro) sino como mujer de profundas convicciones sociales, con un hijo adolescente que juega al soccer y que, en fin, es parte de una familia como cualquier otra. Que mamá se meta en la cama para ayudar a inválidos a perder la virginidad es cosa normal.
En el fondo, la inocencia termina volviéndose molesta frente a un tema tan delicado. Si uno quiere saber lo que es el amor entre un hombre completamente fuera de los parámetros aceptados de belleza y una hermosa mujer, basta y sobra con un roce de manos en la escena de David Lynch en la que Anne Bancroft murmura sensual: “¿lo ha visto, señor Merrick? Usted no es un hombre elefante… ¡Usted es Romeo!” Lynch, por supuesto, no corre el riesgo de aburrirnos con la noción falsa de que una mujer como Bancroft va a enamorarse, en la vida real, de un personaje con las deformidades del Hombre Elefante.
El problema de fondo en The Sessions parece ser que se contradice en sus principios. Por una parte sostiene que el sexo es lo más importante del mundo; tanto que es lo que más desea un muchacho inválido: más que caminar, más que volar, más que tomar un baño sin necesidad de alguien que lo ayude. Sexo es lo que él necesita y, sin embargo, el sexo resulta tan banal que lejos de enternecer nos deja perplejos en su inocencia, su frivolidad.

The Sessions (Seis sesiones de sexo). Dirección: Ben Lewin. Guión: Ben Lewin basado en un artículo de Mark O’Brien. Fotografía: Geoffrey Simpson. Música: Marco Beltrami. Con John Hawkes, Helen Hunt y William H. Macy. Estados Unidos, 2012.