viernes, 8 de febrero de 2013

La nobleza de lo imperfecto



Por: Fernando Zamora
La frase es de Murakami: “nobleza de lo imperfecto.” Creo que este es el tema de la mejor película cómica del 2012: Silver linings playbook lo es porque, como saben los dramaturgos, la comedia hace reír con base en nuestros defectos. Silver linings pone en escena estas imperfecciones. Somos él y somos ella. Lo somos en la nobleza de nuestra humanidad y, cuando cae inevitable la pregunta “¿me quieres?”, nos estremece la aparente simplicidad con la que O. Rusell ha regalado a la historia del cine un beso.
No hay arrogancia en Silver linings, no hay moraleja ni moralina. Su profundidad está en esto: la ligereza del amor romántico. No hay grandes filosofías estremeciendo la pantalla. Hay, sin embargo, un tú y un yo que conmueven hasta las lágrimas si nos dejamos contagiar de fragilidad y locura.
Locura. Pat acaba de salir del manicomio. Está obsesionado con rehacer su matrimonio. Tiene una orden de restricción de por medio. A insistencia de su madre, Pat viene a vivir con la familia. Estadunidenses típicos. Típicamente locos.
Fragilidad. Tiffany acaba de perder al amado. Comparte con Pat el conocimiento de cualquier droga psiquiátrica, pero cuidado: ni Pat ni Tiffany están aquí para construir un autocomplaciente discurso en favor de la locura, no. Silver linings habla de la nobleza de lo imperfecto, pero la locura no es una imperfección ni un defecto, es más: una enfermedad. No hay inocencias idiotas aquí. La locura apesta. Hay que tener mucho carácter para aceptar que estamos locos y, en este sentido, O. Russell ha construido escena por escena a un Quijote post–romántico. La aventura de Pat consiste en evitar que la bipolaridad le siga arruinando la vida.
Excelsitud. Esta es la palabra que Pat, el loco, repite como mantra. Con ella se cree cuerdo (o al menos un poco menos loco). Somos él cuando no queremos tomar la pastilla de nuestra curación y nos aferramos a la enfermedad que todo nos permite, somos él cuando queremos hacernos amigos del terapeuta, somos ella cuando todo lo que hemos trabajado en cuatro meses, lo queremos tirar al caño a cambio de un polvo y un par de vodkas.
Somos la familia de Pat. A Robert de Niro (el padre) no lo veíamos actuando tan bien desde hacía mucho, pero aquí cuando le llora al hijo para pedirle que vea un partido de futbol con él, produce una risa salada, de emociones contrarias. Somos el padre cuando nos entregamos, viciosos, a nuestras pequeñas supersticiones, y somos la madre, Dolores, cuando queremos nada más un domingo de felicidad familiar. Somos el amigo del manicomio, el loco Danny que ha escapado otra vez para venir a enseñar cómo baila un negro cuando seduce a una mujer. La nobleza de lo imperfecto aquí está: en esta historia hecha de personajes que producen risa con lo brutal de sus verdades y lo compasivo de sus mentiras.
Hay, además, un baile que resume la nobleza de esta película. Pat y Tiffany bailan muy mal, pero consiguen con ello todo lo que más han deseado.

Silver linings playbook (Juegos del destino). Dirección: David O. Rusell. Guión: David O. Rusell basado en la novela de Matthew Quick. Música: Danny Elfman. Fotografía: Masanobu Takayanagi. Con Bradley Cooper, Jennifer Lawrence y Robert de Niro. Estados Unidos, 2012.

viernes, 1 de febrero de 2013

Guerras políticas



Por: Fernando Zamora
Pocos autores pueden decir en Estados Unidos que el Oscar no tiene importancia: Hitchcock, Chaplin, Kubrick. En los años ochenta, comparar a Spielberg con cualquiera de ellos hubiese producido burla: ¿El autor de E.T.? ¿De Tiburón? Cuando estudiaba en el CCC, se me enseñó incluso a pensar en Spielberg como en un director menor, uno de esos que llaman pomposamente “de cine comercial” (frase hueca). Más adelante, ya en Columbia University, Richard Peña, director de la filmoteca del Lincoln Center, nos pidió analizar una secuencia de El Imperio del sol. Con la seriedad de quien estudia una sonata de Beethoven, vimos plano por plano la secuencia en que Jim cree haber provocado un ataque japonés. Cuando se estudia la forma en que un maestro del tempo (cine y música se juntan aquí) trabaja, deja uno de pensar que es desmedido comparar a Spielberg con Chaplin. Puede uno compararlo ahora con Mozart.
Lincoln no aspira al Oscar. No aspira ni siquiera al negocio. Cuando Spielberg quiere un Blockbuster lo saca como un mago de la chistera. Lincoln aspira a ser un documento que, en la historia de Estados Unidos (ojo, no la historia del arte, la Historia con mayúsculas) tenga la importancia de, digamos, la obra del historiador Howard Zinn. No importa ni es raro, por tanto, que la película sea tan larga, que tenga diálogos tan especializados, que exija del espectador tanta cultura y tanta inteligencia para entrar en las batallas políticas que suceden lejos de las batallas militares de la Guerra Civil. En más de un diálogo (y en más de una secuencia) Spielberg se inspira en el Julio César de Shakespeare. Los enemigos de Lincoln, como los enemigos del César, lo acusan de tirano. Y tienen sus razones: el poder federal está violentando el derecho de cada estado de regirse según sus propias leyes. Si para César era importante la creación de una dinastía que pusiese orden en el Imperio, para Lincoln es importante una enmienda constitucional que ponga orden en el imperio americano. No se trata solo de la abolición de la esclavitud; se trata de ser radicalmente congruentes con la idea de “que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.” Esta es la lucha de Lincoln y para ello, como César, tiene que tomarse atribuciones, hacer alianzas con viejos enemigos, cabildear y, en suma, hacer política.
Daniel Day–Lewis y Sally Field han construido personajes a la altura de los mejores de su carrera y Spielberg, como suele, se retrata en el personaje de un niño: es el hijo de Lincoln, lleno de dudas. Este personaje, en apariencia secundario, recuerda a esos héroes accesorios que, en Shakespeare, inspiran tantos tratados.
Es gracias a la mezcla de gran política y firmes convicciones religiosas que Lincoln revolucionó el  mundo. Lo mismo sucede con Spielberg. Toma sus convicciones y hace con ellas un cine que aspira a volverse documento de una de las grandes batallas políticas en la historia humana.

Lincoln. Dirección: Steven Spielberg. Guión: Tony Kushner. Música: John Williams. Fotografía: Janusz Kaminski. Con: Dalien Day–Lewis, Sally Field y Joseph Gordon Levitt. Estados Unidos, 2012.