viernes, 18 de enero de 2013

Tantrumtino hace wagners




Por: Fernando Zamora
Hay en La Red un clip que muestra a Tantrumtino (Tarantino, el berrinchudo) diciendo a un reportero bonachón: “Te voy a callar las nalgas.” Tantrumtino implica claro, que el reportero está haciendo preguntas con esa voluminosa parte de su cuerpo. ¿Por qué? Con altivez acaba de preguntarle: “¿Por qué promueves la violencia, Tarantino?”
Era eso que llaman prepúber cuando vi por primera vez a Tarantino. Pulp Fiction. No sabía quién era éste a quien los sabihondos de la Cineteca Nacional ponían tan alto. El público miraba la obra con seriedad, con un respeto temeroso, sin saber qué hacer (sólo he sentido algo así con Almodóvar). En la escena en que Vincent vuela los sesos de Marvin como si derramara Coca-Cola, fui yo quien derramó Coca-Cola en el cine con una estruendosa carcajada. La señora junto a mi dijo: “¿cómo puede un niño reírse de algo tan violento?”
¿Cómo puede alguien escandalizarse del candor de sus películas? El periodista que enfurece a Tantruntimo es un idiota. No ha entendido que Tarantino, lejos de promover el mal, lo conjura con las artes de un Goya o un artesano medieval.
Hoy la burguesía ríe con Tarantino, ríe con Almodóvar, ríe con los grotescos de Goya. La burguesía ríe con Tarantino como en un programa de risas grabadas. La diégesis de Django es simple, pero profunda y, como Almodóvar, pertenece al más fino mundo del melodrama. Y como he comparado tres veces a Almodóvar con Tarantino, pongo aquí por qué Django me recordó tanto al maestro español.
Django está construida con la minuciosidad de un artesano europeo o japonés (esos lugares donde todavía existen gremios medievales). Cada corte, cada plano, cada diálogo son un manifiesto de lo que el artista (el maestro gremial) piensa que el arte que está cultivando es. Cierto, los tarantinos están llenos de referencias, algunas sabrosas. Hay otras, sin embargo, tan profundas que abren los ojos (de quien quiere) a lo trascendental en el arte. Tres ejemplos: el uso del color. Admiremos en Django la secuencia inicial con textura setentera. Comparémosla con la escena en que el héroe negro nada en un río muy azul en un paisaje nevado. Atrás de él, los árboles están floreciendo. Dos: el gozo en la edición (más allá del montaje conceptual), admiremos la secuencia en que Dr. Shultz sirve una cerveza al esclavo recién-liberado. Es música. Música visual. Tres: diálogos y caracterización de esos personajes en esos actores. Waltz, el infame nazi de Inglorious Bastards se transforma en el dentista alemán que libera esclavos. DiCaprio se deja ver las arrugas, se pinta los dientes de verde y, en una escena antológica, se sangra la mano y no deja de actuar. Foxx escucha la historia del amor de Brunilda y Sigfrido con la simplicidad de un niño. Creo que vale la pena hacer eso: un esfuerzo y ver Django con la naturalidad de un niño que mira a Wagner. Sin pretensiones. Entenderíamos quizá que los grandes maestros son simples, profundos y muy entretenidos.

Django Unchained (Django desencadenado). Dirección: Quentin Tarantino. Guión: Quentin Tarantino. Música: Ennio Morricone y otros. Fotografía: Robert Richardson. Con Jamie Foxx, Christoph Waltz, Leonardo DiCaprio y Samuel L. Jackson. Estados Unidos, 2012

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