viernes, 21 de diciembre de 2012

De Dios y otros cuentos



Por: Fernando Zamora
Si Dios no existe todo me está permitido. Si Dios no existe, ¿quién grita su nombre en la soledad del mar? Si Dios no existe ¿por qué el corazón lo busca? Si hemos matado a Dios, ¿qué justifica la existencia dentro de un cuerpo que —sabemos— ha de ser polvo? A la discusión en torno a la creencia (o no) en Dios y a la pertinencia (o no) de las religiones, se une Ang Lee. Lo hace a la altura de los lamentos poéticos de filósofos como San Agustín, Tomás de Aquino y Nietzsche, parafraseados arriba.
Antes de esta película, Lee solo era un buen director; hoy se revela como artista-filósofo, un hombre que tiene la voz para tocar temas grandes. Y lo hace con una película grande. En resumen, Life of Pi es una belleza. Está construida con técnica impecable, excelente actuación, soundtrack espectacular y fotografía que introduce al espectador en un sueño. Es ahí, al fondo del sueño, que el artista-filósofo se pregunta por Dios. Y lo hace (cuidado, no nos confundamos) mostrando la sordidez del mal. Ang Lee hace girar el argumento de la belleza, ese que mueve casi toda la película y parece tan ñoño: “De acuerdo, hay belleza, sí, pero ella tampoco demuestra que Dios existe”. ¿No? Hacia el final Lee vence con un knockout que ofrece solo dos posibilidades: sordidez o belleza.
El número 28 en el soundtrack de esta película tiene por nombre ¿Qué historia prefieres tú? Con esta pregunta, el artista-filósofo responde al pesimismo moderno; ese que sacó de la discusión “seria” en liceos y universidades el tema de Dios; ese que impide preguntar por la existencia del bien y del mal; ese que se contenta con respuestas rápidas, extraídas de Wikipedia. La ausencia de Dios, sin embargo (los filósofos lo saben), vuelve grande un pequeño problema: la gratuidad del arte.
La vida de Pi comienza pareciendo un cuento fácil que incluso se parece al Cast away de Robert Zemeckis (2000). Efectivamente, podemos verlo en el tráiler, tenemos aquí la historia de un náufrago y por más que no queramos vienen a cuento todos los chistes de náufragos que hemos leído en tiras cómicas. Hay incluso una escena en la que Pi lanza al mar un mensaje enlatado: “!Ayuda! Soy náufrago”. ¿Puede alguien imaginar un cliché más grande? Sí. Dios. La idea de Dios la hemos vuelto un cliché, pero Lee (buen posmoderno) sabe jugar con los clichés; les da vuelta, los contempla, los olisquea y extrae de ellos conclusiones insospechadas, como el mago que extrae una rosa de la oreja del asombrado espectador. No hay cliché que bien pensado no pueda poner a girar a quien cree que todo lo sabe. Lee lo hizo con Brokeback mountain, esa historia de dos vaqueros homosexuales que recordaba todos los clichés sobre vaqueros homosexuales. Life of Pi es una de las películas más hermosas del 2012. Es también una de las más contundentes, pero es necesaria la disciplina, atender cada detalle. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de pasar por encima de la parábola zen y quedarnos solo con una bonita historia, un pequeño cuento infantil, un cliché en el que no habita Dios.

Life of Pi (Una aventura extraordinaria). Dirección Ang Lee. Guión David Magee basado en la novela de Yann Martel. Fotografía Claudio Miranda. Música Mychael Danna. China, Estados Unidos, 2012

viernes, 14 de diciembre de 2012

El trampantojo de la ficción


Por: Fernando Zamora
En la transmodernidad el futuro está atrás, y el pasado, adelante. Peter Jackson usa tecnología de punta para crear un filme de sabor añejo y lo hace usando 48 cuadros por segundo. Vale la pena detenerse en esta relación por las implicaciones que pudiese tener en el impacto del público, sobre todo durante las primeras secuencias de El hobbit.
Como se sabe, el cine es un engaño, un trampantojo. La retina humana conserva las imágenes durante una décima de segundo. Esta característica que permitió a nuestros antepasados luchar con libélulas y mosquitos prehistóricos permite hoy a los artistas visuales hacer cine.
Aunque con dieciséis cuadros por segundo basta para dar la ilusión de movimiento, el ojo captura una enorme cantidad de detalles de los que no somos conscientes. La discusión en torno a cuántos cuadros por segundo percibe un ojo normal está en el aire. Lo importante aquí es que a nivel inconsciente los 48 cuadros que usa Jackson en su entrega de El hobbit se prestan mal para el cine de culebrón, pero sirven bien para el cine de acción. Los detractores de El hobbit se quejan de que la textura del 48/1 es la de una telenovela. Se han basado sobre todo en las primeras secuencias de un filme que inicia mal pero termina bien.
Ya le sucedió a George Lucas con una precuela en la que apostaba por una tecnología que hoy se ha vuelto estándar: el cine digital. La inversión de The Phantom Menace solo podía justificarse si era un éxito en taquilla, pero no hay peor enemigo del arte que pensar en la piel del becerro antes de haberlo matado. The phantom menace es una de las peores decepciones del cine, entre otras cosas por su pretensión taquillera. Lucas apostó a hacer cine para niños creyendo que los niños son tontos.
En las primeras secuencias de El hobbit, Jackson parece haber caído en el mismo prejuicio de Lucas, y aunque es cierto que la novela de Tolkien se ajusta al prejuicio de lo que se piensa que es un cuento infantil, su mundo está lleno de complejos temas morales que están bien lejos de la inocencia chabacana.
La historia del anillo en la Tierra Media surge como respuesta al relativismo intelectual de la Posguerra. Es la reinterpretación de varias sagas bíblicas y wagnerianas. El señor de los anillos parece poco más que inspirado en El anillo del Nibelungo, y con un argumento de tales aspiraciones queda mal un filme que abre con personajes bobos, gritones y falsamente cómicos. En esos momentos el 48/1 puede producir dolor de cabeza. Sin embargo, Bilbo se embarca en una aventura que cambiará su mundo y, cuando comienza la acción, poco importan ya las relaciones fotograma/ segundo. Con el protagonista trascendemos las fronteras del trampantojo. Deja de tener importancia entonces cualquier textura. Nos sumergimos en la acción de una historia que demuestra que el ser humano no podrá superar su angustiado vivir en la realidad enferma que producen las paradojas del bien y del mal.


The hobbit: an unexpected journey (El hobbit: un viaje inesperado). Dirección Peter Jackson. Guión Fran Walsh, Philippa Boyens, Peter Jackson y Guillermo del Toro, basados en la novela de Tolkien. Fotografía Andrew Lesnie. Música Howard Shore. Estados Unidos, 2012

viernes, 7 de diciembre de 2012

Una peste que se contagia



Por: Fernando Zamora
Moonrise Kingdom es un collage de recursos fílmicos de clasicismo tan provocador como el de Benjamin Britten, artista que pareciera un fantasma que llena cada cuadro con pinceladas musicales de la edad de oro del cuento inglés. Hay algo aquí de Peter Pan, algo de Alicia; algo de la crítica social de Dickens y de la sensualidad de Oscar Wilde. Lo que parece un cuento para niños sorprende por la finura de sus diálogos y por lo vivo de sus personajes. Con ellos Anderson cuenta la vieja historia de un niño que se enamora de una niña y, sin ocultarse en mojigaterías, habla también de la iniciación sexual: “Lo tienes duro”; “¿Te molesta?”; “No, puedes tocarme los senos, estoy segura de que pronto crecerán”. Con diálogos como éstos, Anderson ha creado una de las películas más tiernas que yo haya visto.
Estamos en 1965 y Sam se ha enamorado de Suzy. Él es huérfano y ella es inadaptada. Una tormenta está a punto de azotar la isla. Hay un narrador y mapas que señalan con puntitos el trayecto de la aventura; hay golpes de teatro, más de un deus ex machina que salva la fortuna de los amantes y una historia que de tan simple es profunda.
La isla en que sucede esta película podría ser el set de un mal sueño de David Lynch. New Penzance está lejos de todas partes; sus habitantes están aburridos, encerrados en dinámicas tristes. Hay un maestro de matemáticas cuya vida gira en torno a ser jefe de un destacamento de boy scouts, dos esposos que son abogados y viven vidas amargas, un policía enamorado de la mujer incorrecta, tres niños que pasan las tardes escuchando un disco de vinil de 45 revoluciones y una trabajadora social con aires de villana de Disney. Todo parece puesto para hablar de lo inmundo de ser humano; nuestro mundo, después de todo, es solo un poco más grande que New Penzance, pero allá, como acá, sucede algo realmente inexplicable: durante la presentación de una ópera de Britten un niño huérfano se enamora de la niña vestida de cuervo.
La profundidad de Moonrise Kingdom está en la elegancia de cada pincelada que ilustra la fenomenología del amor. La historia de Anderson se detiene no tanto en sus orígenes como en sus consecuencias, en el poder transformador de un estado del que se ha dicho tanto que pareciera imposible decir algo nuevo. Pero ¡cuidado! Moonrise Kingdom está lejos de ser esa quimera del director fácil que se llama “comedia romántica”. Aquí el amor es tan real que contagia una isla merdosa con sus delicias; es tan real que cada personaje se ve infectado como de una peste que permite enfrentar tormentas, rayos y fuegos artificiales. Es tan real que re-significa lo que es un matrimonio. “Es tan hermoso lo que dices que parece poesía”, dice el amante a su joven amada. “En poesía, no todo necesita rimar, basta con ser creativos”. Moonrise Kingdom es poesía. No solo porque es un filme creativo, también porque en su aparente inocencia tiene la sabiduría de un boy scout que sabe contar historias de amor.

FICHA
Moonrise Kingdom (Un reino bajo la luna). Dirección Wes Anderson. Guión Wes Anderson y Roman Coppola. Fotografía Robert D. Yeoman. Música Alexandre Desplat. Con Bruce Willis, Edward Norton, Bill Murray y Frances McDormand. Estados Unidos, 2012