jueves, 5 de julio de 2012

Dios y la finitud



El doctor Freud llega a Nueva York y, cuando mira pasar desde los barandales del barco la Estatua de la Libertad, exclama: “Espero que sepan que les estamos trayendo la peste”. El psicoanálisis tal vez no sea la peste, pero es una caja de Pandora según especula Dangerous method de David Cronenberg. Aquí están los temas básicos del siglo XX: el re-descubrimiento de la psique (esa vieja forma de llamar al alma), la relación entre sexualidad y muerte, entre libido y arte, método y esoterismo; todo macerado en esta nueva religión: Ciencia. La discusión de fondo atañe a todo lo humano; su sujeto es Amor. Cuatro tesis debaten en Dangerous method: el amor como reificación de un ego escindido entre el placer y la muerte (Freud), el amor como disolución del ego en el encuentro del otro (Spielrein), el amor como un puro placer sexual (Gross) y el amor como negociación entre civilización y libido (Jung).
Herr doktor Freud es, en el retrato de Cronenberg, una suerte de demiurgo. Y algo hay de cierto: como Aristóteles, Freud ha sido superado por toda clase de nuevas evidencias científicas, pero en el terreno de la interpretación artística poco se ha dicho tan importante desde que su “método peligroso” irrumpió en el panorama del arte. La “cura por el habla” se conoce desde tiempos griegos; los medievales le llamaban “dirección espiritual” y comenzó a olvidarse durante la primera revolución científica. No es casual que con el retorno de una técnica ancestral, cuestiones que la ciencia creyó superadas se volviesen ancestrales: ¿existe Dios o es sólo la proyección de un deseo patriarcal? Durante la discusión sobre las razones de Akenatón para borrar de la historia el nombre de su padre y fundar las bases de la primera religión monoteísta, Freud sufre un desvanecimiento y murmura: “Debe ser placentero morir”. Ni siquiera los más ácidos enemigos de Freud niegan el valor de sus letras. Era un poeta. Y es aquí donde se juntan sincrónicamente (diría Jung) el arte de Freud y la ciencia de Cronenberg; forma y fondo se enlazan en Dangerous method para llevar hasta sus últimas consecuencias las obsesiones de su autor. Esta es una de las mejores películas de un artista ya clásico. Reconocemos aquí los temas de The brood (1979), The fly (1986), Crash (1996) Eastern promises (2007); todo aglutinado en torno al interés por la ciencia como religión y la sexualidad como fuente del intenso deseo de trascender. Resulta interesante que la obsesión de Cronenberg por la desnudez y el fetichismo se resuelva en forma casi victoriana. El deseo es soterrado pero explota en una escena particularmente erótica en la cual el analista golpea el trasero de su paciente mirándose en el espejo de un armario. Una joyita freudiana.
Sale uno de esta película preguntándose cómo conectó Dios los cables de la existencia con el deseo sexual. Más que nunca Cronenberg ha hecho un filme en el que medita la relación entre amor, muerte, Dios y sexo.

Dangerous method (Un método peligroso). Dirección David Cronenberg. Guión Christopher Hampton basado en un libro de John Kerr y su propia obra de teatro. Fotografía Peter Suschitzky. Música Howard Shore. Con Keira Knightley, Viggo Mortensen y Michael Fassbender. Estados Unidos, 2011.

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