viernes, 27 de julio de 2012

Política en Ciudad Gótica



Por: Fernando Zamora
Nunca como hasta The dark knight Christopher Nolan había sido tan alegóricamente político y nunca, como hasta ahora, he estado tan de su lado. La película es un manifiesto contra quienes creen que la sociedad capitalista (expresada en Ciudad Gótica, nombre clave de Nueva York) debe hundirse para dejar lugar a una macabra “República del pueblo” a cargo de Bane y un archienemigo batimaniaco cuyo nombre no escribo por aquello de la sorpresa. Llena de inconsistencias narrativas, la película es una belleza que se sostiene, sin embargo, en su universo de cómic. A nadie importan las razones de Bane para dejar el poder político a un “juez” inspirado, a todas luces, en los momentos más oscuros de la Revolución francesa o las razones que tiene toda la policía de Gotham City para correr al mismo túnel. Hay una “toma de la Bastilla”, por supuesto, y el enojo por la forma en que los millonarios de Wall Street juegan con la economía del mundo se toca en dos o tres chistes.
Bruce Wayne es, claro, la representación del capitalista políticamente correcto; ese que ha construido su fortuna con la misma disciplina con la que se modela el alma y, como en parábola bíblica, Nolan parece decir que por uno de ellos Wall Street y Ciudad Gótica merecen sobrevivir a la amenaza nuclear con la que Bane secuestra Manhattan… perdón, Gotham.
Toda la fuerza del personaje de ésta, la más lograda emisión de su trilogía batimaniaca, radica en una escena ciertamente irreal en la que Nolan pone a Batman esta prueba: tiene que emerger victorioso de una prisión-agujero abierta a la mitad del desierto. La cosa tiene su simbolismo y su dosis de mito, justo lo que uno espera de una película veraniega. La prueba en cuestión sólo ha sido superada por dos personajes; uno de ellos emerge como representante del capitalismo gótico del mundo de Wayne y el otro con aires de Bin Laden. La peor pesadilla y el más grande sueño de la clase media estadunidense han salido del mismo agujero. Uno para salvar y otro para destruir la joya del imperio del capital. En el fondo tanto Wayne como el innombrable archienemigo del filme quieren empoderar al “pueblo”. La diferencia es que para Wayne eso de “el pueblo” tiene un rostro que encarna adorablemente en la opereta de Nolan. Es un niño de aspecto indígena, un muchachito neoyorquino de esos a quienes la corrección política llama “hispanos”, que aparece en una o dos escenas pero que vale la pena notar porque es posible que lo retomen quienes escriban las siguientes emisiones de Batman. El encuentro de este niño con la buena-mala de la película (Anne Hathaway, lo más bello del universo Nolan) da la clave para una reinterpretación con miras al siglo XXI. En el niño hispano está la posibilidad de que el pueblo decadente de Ciudad Gótica emerja del desierto para volverse un Bruce Wayne o un malo de caricatura; para ser ciudadano de un capitalismo justo o uno como el loco que abrió fuego contra la gente indefensa en Denver.

The dark knight rises (Batman, el caballero de la noche asciende). Dirección Christopher Nolan. Guión Jonathan Nolan and Christopher Nolan. Fotografía Wally Pfister. Música Hans Zimmer. Con Christian Bale, Gary Oldman, Anne Hathaway y Tom Hardy. Estados Unidos, 2012

viernes, 20 de julio de 2012

Un viejo Nabokov





Por: Fernando Zamora

Cuando a Woody Allen Nueva York le quedó pequeña, le dio por filmar en todas esas ciudades en que la sensualidad se sienta en las bancas y mira pasar a los turistas. Londres en Match point; Venecia en Everyone says I love you Vicky; Cristina Barcelona, Media noche en París y hoy To Rome with love. En todas ellas hay una huella, un periodo en que el autor avanza su propia historia creativa dispuesto a morir —llegado el momento— al grito de “Corre cámara y ¡acción!”
El único retiro en el que Woody Allen parece estar pensando es el retiro a una ciudad con buenos restaurantes, impactantes locaciones y una tradición fílmica inobjetable. Llegó el tiempo de Roma; de poner en escena una farsa en que el cantadito romanaccio brilla hasta en el acento de la prostituta que interpreta Penélope Cruz.
Y si hoy Jesse Eisenberg es el alter ego joven de Allen, Ellen Page es la enamorada menor de edad; el director no anda por las ramas y sabe lo que es la belleza. No creo con toda sinceridad que en ninguna de las películas que ha filmado hasta ahora, Page haya logrado la sensualidad discretamente vulgar de este personaje en el que el viejo Allen se vuelca para mostrar la belleza frívola de quien, nacida en California, tiene todo para enamorar (en todos los tiempos) a un arquitecto de Nueva York.
Digo “en todos los tiempos” porque la forma en que se desarrolla la historia de amor abre algunas interpretaciones con respecto al tiempo diegético en el que tiene lugar la principal historia de amor: ¿el arquitecto que pasea por el Trastevere se ha encontrado a sí mismo?
Como sea, Page ocupa en To Rome with love el opulento lugar del deseo prohibido; el tabú del viejo encantado con la frescura de una niña cuya belleza radica en esto: paideia y sensualidad. En To Rome with love, Page ocupa el lugar del deseo que ocupó Mariel Hemingway en Manhattan, Evan Rachel Wood en Whatever works. Y la admiración que produce Woody Allen en la pequeña burguesía no parece mellada por su abierto deseo hacia las mujeres inteligentes, sensuales y muy jóvenes. Impresionados por lo llamativo de sus nuevas locaciones, por lo absurdo de una trama que recuerda a veces un capítulo de Top cat, los críticos del mundo no se atreven a decir que, como Virgilio, Woody Allen sigue enamorado de la juventud en su sentido más griego: la pedagogía. No es que Woody Allen sea incapaz de elogiar la belleza femenina en su madurez intelectual y física pero es notorio que en cada película nueva aparece una intrigante niña que parece salida de la novela de Nabokov. Ahí donde Roman Polansky tuvo que refrenarse para evitar dar leña a los cazadores de brujas, Allen sigue atizando el fuego con el desparpajo de un cómico que todo lo dice entre broma y broma. Page tiene la gracia de una modelo de Balthus. Y aunque la película tiene sus momentos, lo más importante es, creo, confirmar los temas más inquietantes en la filmografía de Allen; muy particularmente la pequeña descocada que con sensualidad de colegiala puede poner de cabeza cualquier matrimonio en cualquier ciudad del mundo.

To Rome with love (De Roma con amor). Dirección Woody Allen. Guión Woody Allen. Fotografía Darius Khondji. Con Jesse Eisenberg, Woody Allen y Ellen Page. Estados Unidos, 2012

viernes, 13 de julio de 2012

La realidad del deseo


Por: Fernando Zamora

En Happy together de Kar Wai Wong el amor está en unas cataratas al otro lado del mundo. Iguazú es un universo que todo devora; un azul muy saturado en el que canta Caetano Veloso. La transición entre la sensual (y apremiante) escena de amor homosexual que batallan Po-Wing y Yiu-Fai y las descomunales, devoradoras, coloridas cataratas de Iguazú es para el cine como un pasaje de Proust. Luego de la directa exposición (en voz en off) de un amor que consume, vienen el sexo y la humedad. El cambio del blanco y negro al color recuerda el que hacía, para distinguir realidad y fantasía, Víctor Fleming en 1939. Happy together es, como El mago de Oz, una road movie; un coming of age, pero sobre todo es alegoría del amor como imperio del deseo de dos cuerpos que no pueden dejar de tocarse, penetrarse.
En este sentido resulta muy provocadora la proyección de Happy together con In the mood for love en el Museo Carrillo Gil, los próximos 19 y 20 de julio. Si en la primera el amor es pura realidad, una realidad que se consume en la apremiante búsqueda de los orgasmos, en In the mood for love los protagonistas viven un puro deseo que no trasciende el espacio. Vistas juntas ambas obras ofrecen un muy pulido ejemplo de lo que el amor erótico es en la amplitud de sus diversas manifestaciones: tensión entre realidad y deseo. El amor en Happy together es pura realidad: caricias, pleitos y reconciliaciones que aspiran a terminar un día frente a esta incontenible fuerza natural, Iguazú; metáfora de algo que no puede ser contenido. Al otro lado de la cuerda vibrante está el platonismo de In the mood for love, retrato de un amor que es deseo; un puro deseo lento e inatrevido; deseo que no puede trascender el espacio hasta la realidad por miedo —tal vez— al encuentro con esas cataratas azules que devoran en su centro infinito. Cernuda tenía razón: entre la realidad y el deseo vibra el amor. No es posible amar lo que no se desea.
Happy together es como una de esas obras renacentistas cuya importancia trasciende la belleza de la imagen de Doyle (quien también fotografió In the mood for love). Kar Wai Wong dirigió Happy together el año en que el efervecente centro cultural y financiero de Hong Kong cambiaba de manos y pasaba del imperio inglés al imperio comunista. La película puede ser leída, entonces, como alegoría del amor que es imperialismo; uno de esos que ejercen sobre sí mismos los amantes cuando amor y odio los funden en un hecho sexual. Happy together no es sólo la película más sensual que ha filmado el maestro Kar Wai Wong; es, además, una obra que marca la trascendencia de sus obras con sabor inglés hacia una serie de obras con sabor más chino. No es casual, por otra parte, que el director haya elegido el retrato de un amor que, despreciado por “decadente y burgués”, iban a detractar los comunistas. Pero Happy together trasciende cualquier discurso político; aquí el amor es deseo que vibra un instante como saeta que no atina a encontrar su blanco.

Chun gwon cha sit (Happy together o Historia de un encuentro). Dirección Kar Wai Wong. Guión Kar Wai Wong. Música Danny Chung. Fotografía Christopher Doyle y Mark Lee Ping-bin. Con Tony Leung Chiu Wai y Leslie Cheung. Hong Kong, 1997

jueves, 5 de julio de 2012

Dios y la finitud



El doctor Freud llega a Nueva York y, cuando mira pasar desde los barandales del barco la Estatua de la Libertad, exclama: “Espero que sepan que les estamos trayendo la peste”. El psicoanálisis tal vez no sea la peste, pero es una caja de Pandora según especula Dangerous method de David Cronenberg. Aquí están los temas básicos del siglo XX: el re-descubrimiento de la psique (esa vieja forma de llamar al alma), la relación entre sexualidad y muerte, entre libido y arte, método y esoterismo; todo macerado en esta nueva religión: Ciencia. La discusión de fondo atañe a todo lo humano; su sujeto es Amor. Cuatro tesis debaten en Dangerous method: el amor como reificación de un ego escindido entre el placer y la muerte (Freud), el amor como disolución del ego en el encuentro del otro (Spielrein), el amor como un puro placer sexual (Gross) y el amor como negociación entre civilización y libido (Jung).
Herr doktor Freud es, en el retrato de Cronenberg, una suerte de demiurgo. Y algo hay de cierto: como Aristóteles, Freud ha sido superado por toda clase de nuevas evidencias científicas, pero en el terreno de la interpretación artística poco se ha dicho tan importante desde que su “método peligroso” irrumpió en el panorama del arte. La “cura por el habla” se conoce desde tiempos griegos; los medievales le llamaban “dirección espiritual” y comenzó a olvidarse durante la primera revolución científica. No es casual que con el retorno de una técnica ancestral, cuestiones que la ciencia creyó superadas se volviesen ancestrales: ¿existe Dios o es sólo la proyección de un deseo patriarcal? Durante la discusión sobre las razones de Akenatón para borrar de la historia el nombre de su padre y fundar las bases de la primera religión monoteísta, Freud sufre un desvanecimiento y murmura: “Debe ser placentero morir”. Ni siquiera los más ácidos enemigos de Freud niegan el valor de sus letras. Era un poeta. Y es aquí donde se juntan sincrónicamente (diría Jung) el arte de Freud y la ciencia de Cronenberg; forma y fondo se enlazan en Dangerous method para llevar hasta sus últimas consecuencias las obsesiones de su autor. Esta es una de las mejores películas de un artista ya clásico. Reconocemos aquí los temas de The brood (1979), The fly (1986), Crash (1996) Eastern promises (2007); todo aglutinado en torno al interés por la ciencia como religión y la sexualidad como fuente del intenso deseo de trascender. Resulta interesante que la obsesión de Cronenberg por la desnudez y el fetichismo se resuelva en forma casi victoriana. El deseo es soterrado pero explota en una escena particularmente erótica en la cual el analista golpea el trasero de su paciente mirándose en el espejo de un armario. Una joyita freudiana.
Sale uno de esta película preguntándose cómo conectó Dios los cables de la existencia con el deseo sexual. Más que nunca Cronenberg ha hecho un filme en el que medita la relación entre amor, muerte, Dios y sexo.

Dangerous method (Un método peligroso). Dirección David Cronenberg. Guión Christopher Hampton basado en un libro de John Kerr y su propia obra de teatro. Fotografía Peter Suschitzky. Música Howard Shore. Con Keira Knightley, Viggo Mortensen y Michael Fassbender. Estados Unidos, 2011.