viernes, 11 de mayo de 2012

El Armagedón de la intelligentzia

Por: Fernando Zamora

“Sé cosas —dice Justine en Melancholia—; que no hay vida más allá de la Tierra, que estamos solos y que nadie extrañará a la raza humana cuando desaparezca”. Este es, en pocas palabras, el credo de Lars von Trier, un gnóstico.
Con Dogma 95 Von Trier afirma saber lo que hace falta en el cine: más nouvelle vague, menos Hollywood. Entre los gnósticos no importan las contradicciones; luego de escupir al mercantilismo, Von Trier filma Dancer in the dark con Björk. Él sabe tanto que afirma: “soy el mejor director de cine del mundo”; el cinismo políticamente correcto lo aclama. En Dogville se burla de Estados Unidos, país al que odia. Nadie se pregunta por qué filma en inglés y con estrellas hollywoodenses.
En Melancolía Von Trier cree saber que el género humano apesta; en el Anticristo descara su misoginia, en Dogville revienta contra Estados Unidos, en Breaking the wawes Dios es el diablo. Recientemente dijo que Israel es un “pain in the ass” y que él la verdad compadece a Hitler. Como buen gnóstico, Von Trier tiene ideas radicales y a menudo malvadas. Su imaginario se alimenta con la belleza del odio; va a lo oscuro por lo más oscuro y al mal por el camino del mal. No conozco a ningún admirador de Von Trier que se haya detenido seriamente a analizar el contenido de sus películas. Le aplauden maravillados con la indiscutible belleza de sus imágenes y él, poeta maldito, vomita contra el ventilador. Pasolini escandalizaba con su vida de pederasta. Pocos vieron su contundente lucha contra el fascismo. Von Trier es él mismo un fascista, pero como su vida es impolutamente burguesa la intelligentzia sonríe con él.
En el imaginario medieval (imaginario muy querido a nuestro gnóstico director), el pecado de la pereza se llamaba melancolía. Y la melancolía en las descripciones de la época corresponde con lo que hoy entendemos como depresión. Justine no está melancólica, está deprimida. El carácter de la protagonista parece salido de un manual de enfermedades del siglo XIII. Von Trier, sin embargo, tiene una gracia con su protagonista: le concede que el mundo desaparezca con ella. ¡Qué placer para el megalómano confirmar que el mundo es un sin-sentido! Sí, que el mundo muera con uno. Efectivamente, a Hitler le hubiera encantado.
Melancolía es una hermosísima película. Desde el punto de vista narrativo, sin embargo, son dos historias mal parchadas: la historia de una loca depresiva (Justine) y la de una loca millonaria (Claire). La primera historia es una comedia agridulce de final anticlimático; la segunda historia es un Armagedón de vuelos intelectuales: el mundo está por desaparecer, Claire piensa que es buena idea subir a la terraza y tomarse un vino. “¿Escuchando la novena de Beethoven?”, pregunta Justine burlona (y uno siente ese desdén del director por todo lo que no sea él mismo). No. En lugar de Beethoven, Von Trier nos espeta a Wagner y en lugar de tomarse un vino en la terraza construye una casita sobre la hierba.


Melancholia (Melancolía). Dirección Lars von Trier. Guión Lars von Trier. Música Richard Wagner. Fotografía Manuel Alberto Claro. Con Kirsten Dunst, Charlotte Gainsbourg, Ben Stiller, Robin Williams y Kiefer Sutherland. Dinamarca, Suecia, Francia, Alemania, 2011

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